Ser candidato a presidente de la República significa sentirse apto para dirigir el país en la peor crisis de su historia. Se necesita de mucha valentía y sinceridad. Debe ser una persona honrada, bien informada en asuntos económicos y financieros, tener habilidad política, ser buen orador, tener un equipo de personas honestas y especialistas en diversos asuntos. Haber tenido experiencia en la cosa pública como un buen administrador y considerar que la presidencia es el más alto grado en la carrera de los honores de un ciudadano. Lo que los romanos antiguos llamaban el cursus honorem.

Cuando se mira en el espejo debe encontrar un rostro simpático y sincero que le diga si tiene o no esas virtudes. Si no las tiene, no intente. Si las tiene, hágaselas saber al pueblo. Dígale dónde estudió, cómo es su familia, de qué vive y cuál es su patrimonio. Si es persona de mediana edad y ha trabajado honradamente, debería tener una vida cómoda, tal vez tenga ahorros o una pequeña fortuna. Porque las personas inteligentes y trabajadoras, en esa época ya han educado a los hijos y no tienen las responsabilidades de la juventud. El éxito económico personal suele ser un buen indicador.

Un requisito esencial debe ser la objetividad en el análisis personal, que es lo más difícil. Es normal que uno sea consigo mismo un juez benévolo e interesado, que tienda a justificarse porque alguien le dice que sí, que se lance a la candidatura, que puede ganar. El problema es que en esta carrera uno solo gana y que rara vez se llega al primer intento. En los últimos años, se recuerda a León Febres-Cordero y a Rafael Correa Delgado. El primero se hizo la campaña con una actuación brillante en el Parlamento, interpelando a ministros del más alto nivel, como Carlos Feraud Blum. Su campaña en la segunda vuelta fue calculada, fatigosa, de puerta a puerta, con debate de por medio, que viró los resultados de la primera vuelta. El segundo, Correa, ganó elecciones después de haber sido ministro de Economía y Finanzas por corto tiempo en el gobierno del doctor Alfredo Palacio. Demostró, con sus resultados, ser un pésimo administrador: los resultados de su gestión dejaron un país quebrado, con una deuda enorme a pesar de haber tenido los mejores precios del petróleo. Presidió el gobierno más corrupto de la historia.

El pueblo debe exigir que los candidatos a la Presidencia de la República sean personas sanas, porque el trabajo es excesivo y hay poco descanso. En el momento menos pensado surge un problema que debe atender. Hay que comprender que el licenciado Lenín Moreno tiene limitaciones de movimiento y al mismo tiempo reconocer los esfuerzos que hace para presidir un país con la economía en ruinas, en plena pandemia, cuando no hay dinero para nada y todo el mundo le reclama. Es un gran mérito haber formado un grupo de expertos honrados, presidido por su buen ministro Richard Martínez, que han negociado la deuda en condiciones más ventajosas que las heredadas del dizque sabio que la contrajo. Todavía queda la deuda con China con muy elevados intereses y su enorme flota depredadora. Pero tal vez el próximo presidente la tendrá menos difícil. (O)