Ya empezó la cantaleta aquella que jugábamos de niños la mayoría de nosotros que ahora andamos por los 60 o más años de edad. Decía así: “Buenos días, su señoría. Mantantirulirulá. ¿Qué quería su señoría? Mantantirulirulá. Yo quisiera ser presidente. Mantantirulirula. ¡Deja a un lado esas pretensiones. Mantantirulirulá...”.
¡Qué bonito se ha puesto el ambiente en Guayaquil! Dan ganas de llorar de alegría. Ver a tantas personas dispuestas a ‘sacrificar’ su privacidad familiar con tal de que los demás estemos ‘bien’, y las familias de ellos queden abandonadas y descuidadas. Qué ternura me dan. Y lo mismo puedo decir de los vicepresidenciables, ¿qué se han creído?, ¿que para desempeñar tan altísimos cargos solo es importante creer que puedan serlo?, ¿que por su linda o fea cara ya están listos? Están equivocados. Por eso cada vez estamos más con gente inepta que parecería solo preparada para la corrupción, porque es lo más destacable y notorio en los últimos años de la democracia, después de la última dictadura militar. Terrible, cualquiera se siente presidenciable. Todos coreando esa ronda infantil: “Yo quiero ser presidente. Mantantirulirulá...”, unos porque hablan ‘bonito’; otros porque tienen chequeras gordas; otros porque se creen los ‘únicos’ que pueden ‘salvar la patria’. Parece que tienen la fórmula mágica para sacar al país del caos total en que vivimos. En todos los órdenes de la actividad humana, hasta en un simple trabajo es necesario demostrar con hechos y no con palabras que somos merecedores de ese trabajo, que estamos preparados para cumplir a cabalidad con la misión que se nos va a encomendar. (O)
Roberto Montalván Morla, músico, Guayaquil