... caca coge, concluye uno de mis talleristas cuando les pido que escriban una pequeña opinión libre de moralejas. Profesora y alumnos morimos de la risa. Y es que nuestra herencia castellana y nuestros modos de hablar tienen una riqueza inmensa. En cada casa de cada barrio de cada ciudad, hay dichos y decires tan auténticos como hermosos; tan acertados como lapidarios. Pero hoy por hoy yo no tengo oídos para más palabras que la recién estrenada por mi nieto Yoursokiú: “ahuela”. Parece que la tenía guardada. Durante casi un año se ha referido a mí como Aya o Mima, pero ante el primer abrazo sacó de debajo de la manga su “ahuela”. Todo el miedo del viaje en tiempos de COVID-19 se hizo trizas al escucharlo y es que “Esos locos bajitos”, como canta Serrat, son capaces de virar el mundo, de hacernos sentir una felicidad tan simple como auténtica, ¡se puede ser dichoso con tan poco!

Con sus padres trabajando desde la casa, cada tarde vamos a la estación a ver la llegada del tren. Su fascinación es contagiosa. Parados en el andén movemos nuestros brazos saludando la llegada del enorme armatoste, el maquinista nota nuestra presencia y hace gala de prender y apagar las luces al compás del inconfundible sonido. La amabilidad es aún mayor y el hombre saca su brazo y responde los saludos del niño, aumentando así su entusiasmo y el mío. Por unos segundos, que ojalá fueran interminables, la felicidad nos invade, pero el tren se va, sigue su camino, igual que los ríos, que los hijos, que el mundo, sigue su curso y nos deja solos en el andén, la magia se desvanece, de nada sirven mis empeños por eternizar el momento.

Vuelve el pobre a su pobreza,
Vuelve el rico a su riqueza
Y el señor cura a sus misas.
Se despertó el bien y el mal
La zorra pobre al portal
La zorra rica al rosal
Y el avaro a las divisas.*

Y yo vuelvo a poner los pies en la tierra, a pensar en mi llacta, que por momentos ya no la siento mía, pero no puedo, amo Ecuador. Ver mi país de lejos, duele; y aunque quisiera ser capaz de decir como dijo la escritora argentina Hebe Uhart en una entrevista: “A lo mejor es cierto que las cosas están mal, que todo va a ser peor, pero no tengo ganas de saberlo ni de dejar mi vida para prestarle atención a eso”, me es imposible.

“Otros trabajan el oro, la madera, la harina. Yo me afané con las comunes palabras del idioma castellano” inicia el escritor español Fernando Aramburu en uno de sus hermosos textos, que leo con mis alumnos de los #TalleresNarrativaPersonal. Dicho así suena tan fácil: “trabajar con palabras”, pero no lo es. Para trabajar con palabras hay que ser valientes, hay que hablar o escribir claro, hay que ser decente. ¿Por qué tenemos tantos candidatos a la Presidencia de la República? Porque no usamos la palabra, somos incapaces de dialogar, de hacer acuerdos; incapaces de promulgar leyes coherentes escritas con juicio y sencillez; incapaces, con o sin carné, de tener la altura para ceder, para reconocer nuestras limitaciones y para ser humildes.

La frase de mi alumno Xavier Becerra nos calza como anillo al dedo: Quien mucho escoge, caca coge.

*Fiesta, Joan Manuel Serrat (O)