Los movimientos y partidos afines al Foro de Sao Paulo obedientes a sus consignas desestabilizadoras, disfrazadas al amparo de permisivas normas democráticas, posibilitaron a sus líderes alcanzar el poder en Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela y abusar a su antojo de las mismas instituciones democráticas que les permitieron su acceso, atropellando las funciones del Estado, a tal punto que parecía que habían logrado su propósito de inamovilidad en sus cargos, y que el Ecuador y Latinoamérica se hundían en las profundidades del tenebroso abismo socialista del siglo XXI.

Todos estos proyectos políticos autoritarios, concentradores de poder, retardatarios y excluyentes, aparentaban una solidez, fundamentada demagógicamente en fraudulentos apoyos democráticos y populares que les permitieron a Correa proclamar emulando a Hitler: “Tendremos una revolución para tres, diez, treinta, trescientos años”; y a Evo Morales: “Esto es para toda la vida”.

Olvidaron que la matriz de sus ‘revoluciones’ en su seno albergaba a la corrupción como germen de su propia autodestrucción, y que sus afanes de poder y la ambición desmedida de sus líderes por el dinero corroían día a día sus regímenes, hasta el punto de hacer implosionar su falaz proyecto, evidenciando su podredumbre y posibilitando a los medios de comunicación independientes y a la investigación periodística develar el saqueo de los fondos del Estado por parte de todos ellos, como ocurrió con el Lava Jato y la corrupción pasiva y lavado de dinero de Lula en Brasil; el tráfico de coca y el fraude electoral de Morales en Bolivia; los diez procesos penales por sobornos, lavado, enriquecimiento, etcétera, contra Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y finalmente las continuas sanciones de los Estados Unidos a Maduro y sus cómplices por narcocorrupción petrolera en Venezuela.

Solo faltaba Correa.

Debido a la corrupción y los excesos fraudulentos de sus gobiernos, lograron indignar a la dama de la justicia, que recogiendo del suelo su venda volvió a ponérsela en los ojos, y haciendo uso de su espada, con la valiente investigación de los delitos y de su corrupción, tanto en los medios como en las fiscalías, logró despojarlos del poder, encarcelando o poniendo en fuga a sus gobernantes, a excepción de Argentina, en la que ese pueblo adoleciendo de un masoquismo digno del tango ha vuelto a la Kirchner a un velado poder.

Para cerrar con aldaba de hierro esta jaula delincuencial latinoamericana, solo hacía falta que Ecuador incluyera dentro de ella a Rafael Correa Delgado. Ahora que ya todo está consumado. Que Correa afronta una condena que lo alejará de por vida del país, pretende, descaradamente, tras un trasnochado intento electorero, emular aquella consigna peronista, ¡Arauz a la presidencia, Correa al poder!, utilizando a un joven inexperto muy mal aleccionado, del que acertadamente se ha dicho que, si Correa nos sorprendió como un lobo con piel de oveja, su candidato ni siquiera disimula su piel de lobo.

No esperemos hasta febrero para conjurarlo bíblicamente con nuestro voto, digámosle desde ahora: ¡Vade retro, Correa! (O)