Usualmente, se le atribuye a la cultura china aquel decir que suele ser entendido como una maldición: “¡Que vivas tiempos interesantes!”, una frase que suele ser dicha con ironía y que interpreta lo intranquilo, lo incierto y lo inestable como “interesante”.
Definitivamente, vivimos los tiempos más “interesantes” que la humanidad ha visto desde la Segunda Guerra Mundial: una pandemia que se ha llevado más de un millón de vidas humanas; una crisis económica y social sin precedentes; el colapso del orden mundial sustentado en la globalización; y el desequilibrio ambiental en el cual nos negamos a aceptar.
El pasado martes, el mundo entero fue testigo del primer debate entre los dos aspirantes a la presidencia de los Estados Unidos. Fue un evento desilusionante y vergonzoso. Decadente. El reflejo de una sociedad venida a menos. El triunfo de la demagogia sobre la razón. El hombre más poderoso del mundo fue incapaz de mantenerse a la altura de su cargo. Se convirtió en un “bully”, que jamás argumentó nada con evidencias y se limitó a menospreciar a su contrincante con adjetivos e interrupciones groseras. Al ver semejante inmadurez me quedó claro el porqué estamos como estamos a nivel mundial.
La historia de la humanidad está llena de personajes que han jugado el papel de generadores de cambios; algunos de esos cambios han sido para bien, otros para mal. Este tipo de personajes suelen surgir cuando el orden social y político en el que viven se encuentra desgastado. ¿Qué tienen en común personajes tan dispares como Julio César, Napoleón, Hitler, Lenin y Gorbachov? Todos ellos aparecieron justo cuando sus sociedades estaban al borde del colapso, y se convirtieron en el símbolo de inconformidad ante organización estatal vetusta y anticuada. En mi opinión, Donald Trump es el siguiente nombre por incorporar en aquella lista; aunque no creo que podamos esperar aportes positivos por parte de alguien que se niega a condenar el racismo de los supremacistas blancos y a comprometerse a una transición pacífica del poder.
Todo apunta a que Trump podría convertirse en el Julio César estadounidense, pero con la arrogancia de un Nerón y el despotismo de un Calígula. La posibilidad de que los republicanos no aceptaran un resultado electoral desfavorable podría empujar a la potencia norteamericana a una confrontación social interna, que podría terminar en una segunda guerra civil. Sin importar cuán lejos estemos de toda esa inestabilidad debemos preocuparnos, pues –nos guste o no, simpaticemos con ellos o no– el desenlace de esta crisis podría tener repercusiones en nuestro país y en el mundo.
Con todo lo expuesto, me queda una gran incógnita: ¿Es Trump el causante de esta crisis o es el síntoma de una crisis social? Hay muchos factores que deben ser considerados para buscarle una respuesta a tal pregunta, desde el desgaste del sistema de educación básica hasta la ansiedad de los dirigentes blancos que ven cómo su predominancia se va disminuyendo.
¿Quién lideraría el mundo si los Estados Unidos colapsara? Los candidatos a tal sucesión me hacen preferir al malo conocido frente al posible bueno a conocer. (O)