¿Cuál es el sentido que tiene la sociedad ecuatoriana? ¿Cuál es el objetivo del Ecuador? ¿A dónde vamos como país, como seres humanos, como personas, en fin? En estos días estamos celebrando el bicentenario del inicio de la independencia de ese futuro país que luego se llamaría Ecuador. ¿Qué hemos hecho de nuestra nación con esa independencia que recibimos de Olmedo, Antepara, Villamil, Sucre, Bolívar y otros de su época?

En 1961, el presidente John Kennedy hizo un dramático llamado a su país. En un tono muy elocuente propuso a sus conciudadanos el desafío de ser capaces “de poner a un hombre en la luna y hacerlo regresar a salvo a la tierra de manera segura”, antes de que termine la década. En uno de sus más célebres discursos, pronunciado en la Universidad Rice de Houston en septiembre de 1962, Kennedy expuso semejante objetivo, dándole un sentido de urgencia, de destino, de audacia. Como bien lo sugiere el título que se le dio luego al discurso –“We choose the moon”, Nosotros elegimos la luna– este objetivo no era suyo ni de su partido ni de su administración ni del gobierno federal, sino de “nosotros”, de todos. En efecto, si la meta iba a alcanzarse debía ser entonces una tarea colectiva, es decir, de toda la sociedad estadounidense, desde la comunidad científica, empresarial y laboral hasta las élites políticas y las universidades. Y así sucedió. Para 1969, luego de años de trabajo, organización, inversión y consenso político, el objetivo propuesto fue alcanzado.

En un plano más bien individual, vale recordar aquí la figura de Viktor Frankl. Él había realizado estudios de neurología y psiquiatría en Viena, con interés en la depresión y el suicidio, antes de ser deportado por los nazis a un campo de concentración. Durante los años de prisión observó una suerte de ciclo por el que seguían muchos de sus compañeros de encierro desde el día de su llegada en la que los dominaba el shock de la nueva situación, hasta su total despersonalización y pesimismo que les impedía sobrellevar semejante infierno. Este patrón de conducta difería de la suya y de la de un grupo de prisioneros que habían optado más bien por imaginarse con gran detalle cómo iban a vivir, qué iban a hacer, dónde irían, a quién verían, una vez que fuesen liberados. Veían la experiencia que sufrían como un simple paréntesis y preferían darle un sentido a ella, aferrándose a ese futuro que imaginaban y lo iban repasando casi a diario. Tanto Frankl como los otros prisioneros que habían dado un sentido a su vida a pesar de la tragedia en la que habían vivido, lograron salvarse y se reinsertaron con éxito, sin caer en la depresión o suicidio. Estas observaciones Frankl luego las trasladó en lo que llamó “logoterapia” (en griego “logos” significa sentido) y aparecen en su famoso libro La voluntad del sentido. Para Frankl, lo que define nuestra existencia es el sentido que le demos.

¿Cuál es ese gran objetivo –como el que le propuso Kennedy a su país–, esa idea fuerza, esa meta que el Ecuador debe alcanzar? La ausencia de ese sentido, de un propósito, nos llevará a nuestra autodestrucción, así como lo observó Frankl con respecto a muchos de sus compañeros de infortunio. Un país hundido en tragedias y fracasos solo sobrevivirá como tal si tiene un sentido. Pero ¿cuál? (O)