Avergonzados. Temerosos. Con recelo y miedo de evidenciarse y mostrar su identidad. Con pudor de decir lo que son y lo que representan. Acorralados por quienes les dicen que no pueden hablar porque el diálogo sobre esos temas no puede darse con quienes no tienen ningún derecho a decir nada, porque de lo que se trata ahí no requiere del criterio religioso y sí de todos los otros, menos esos y tampoco ningún otro que represente algo que no quieren escuchar porque está mal y no tiene sentido. Porque esos que vociferan no soportan que su brillantez conceptual sea discutida un ápice por nadie y menos por religiosos, considerados por ellos como no aptos para decir lo que piensan sobre un tema u otro. Así, desde esa posición, poco a poco se edifica una visión social que por intolerante se podría prever se consolide solamente en un momento de la historia, pero no tendría futuro... a menos que la decadencia se imponga.

Los herejes contemporáneos no son solamente los religiosos, lo son en general quienes se atreven a opinar en contra de criterios basados en evidencias irrefutables, claro para los dueños de la verdad. Que se indignan y rechazan lo diferente, sintiéndose tan seguros que son capaces de insultar, excluir, denigrar y más tarde, cuando tengan el control total de las cosas, quizá eliminar la disidencia que estorba. Porque ellos pueden ver y los otros, ciegos y tontos, están en el error.

Lo escrito responde al análisis personal de ciertas comparecencias públicas de algunas autoridades católicas que cuando son convocadas a debatir sobre temas sociales contemporáneos y se encuentran en el panel con otras personas con criterios diferentes, ‘se curan en salud’, afirmando que concurren no como religiosos y sí como ciudadanos con juicios éticos personales. Niegan su filiación por la presión de sus detractores, sin darse cuenta de que así se desnaturalizan y desvanecen, no aportan al debate y hacen el juego a sus contradictores que, por el contrario, son implacables en sus ataques y solamente les reconocen algún mérito a los nuevos apestados cuando estos se allanan con sus métodos y aceptan sus enfoques. Claudican de sus creencias y en la práctica reniegan de su fe. Craso e inaceptable error.

Pese a que tienen todo para aportar, porque su objetivo como religiosos es tener criterios de fe sobre la bondad o no de las acciones y porque están sustentados en doctrinas fundamentales e insoslayables. Es el caso de lo católico, pero también de otras religiones. Esos aportes contribuirían inmensamente al debate. Su no aceptación muestra intolerancia y evidencia formas de pensamiento único que quieren eliminarlas de raíz, porque no las soportan, pese a que esos, los nuevos poseedores de la verdad, hablan de inclusión y de respeto.

¿Por qué se amilanan tanto? Por una larga historia de persecución que busca eliminarlos; y, sobre todo, porque las acusaciones de sus enemigos sobre sus conductas son verdaderas en muchos casos y saben que han traicionado sus fundamentos. Sin embargo, esas falencias son personales, de ellos, débiles y malos representantes de la dogmática cristiana, irreemplazable referente planetario. (O)