De pequeña, viajando a la Sierra escuchaba las historias del Taita Chimborazo, la Mama Tungurahua y su Guagua Pichincha: para mí no estaba claro cómo a estos volcanes se les atribuían características de padre, madre e hijo. Sin embargo, los habitantes de las faldas de estos gigantes cuentan historias de amor y de cómo estos están relacionados entre sí, desde hace muchísimos años. Las narraciones tratan de celos, matrimonios, batallas y amoríos, mas estas historias románticas no son solo leyendas, sino relatos de eventos históricos como erupciones, terremotos y hundimientos.

Las montañas de nuestro país han sido consideradas elevaciones sagradas desde la época precolombina. Una montaña nace en tierra de hombres, pero se alza por encima de todo hasta dar la impresión de llegar al cielo. En nuestro caso, esta noción de cercanía con lo más alto se vuelve realidad al ser el Taita Chimborazo el punto más elevado de la Tierra, más próximo a la Luna.

El Chimborazo no solo representa un escalón hacia el cielo, sino también es un gigante bondadoso que con el agua de su glaciar riega las provincias aledañas y es aprovechado por su gente, especialmente por los ‘hieleros del Chimborazo’.

En las culturas andinas los volcanes representan la fecundidad, y es que gracias a sus cenizas y a los nutrientes que corren por sus faldas cuando llueve, nuestro suelo recibe abono y se vuelve más fértil. Además, las montañas son concentraciones de diversidad biológica por su topografía y los diferentes ecosistemas que se forman a lo largo de toda su estructura. Entre las especies más icónicas de nuestras montañas están el oso de anteojos y el majestuoso cóndor de los Andes.

Sin embargo, nuestro país repleto de montañas tiene más elevaciones bajo el mar. Según estudios topográfico de Galápagos, se estima que existen más de 300 montes submarinos en el fondo abisal. Usando submarinos y robots se han explorado unos cuantos, y sabemos que en ellos hay jardines de arrecifes de coral, esponjas marinas y un sinnúmero de especies nuevas por describir.

Cada montaña cuenta una historia distinta y causa en nosotros algún tipo de sentimiento, por ejemplo, el escalar un cerro y llegar a la cima nos evoca una sensación de satisfacción o de conquista. Mientras más elevada sea la montaña más duro es alcanzar la meta, pero también nos sentimos más realizados cuando llegamos y desde lo alto ganamos una nueva perspectiva. La vista panorámica, el aire fresco y el silencio se vuelven nuestras primeras recompensas.

Ahora, de mayor, comprendo con más claridad las historias de las montañas del Ecuador. Estar rodeado por estos gigantes brinda una sensación de seguridad y paz. Al estar cansados, luego de largas jornada de trabajo, es común para las culturas andinas ir a su lugar de descanso que queda al pie de la montaña: dormir bajo estos gigantes es como estar siendo arrullado en los brazos de un padre.

Maravillémonos de las montañas y de lo que estos gigantes simbolizan. Si para las culturas ancestrales estos lugares son sagrados, ¿qué nos dice el que estas montañas se eleven hasta en los últimos rincones de nuestro megadiverso país? (O)