Todos conocemos el deterioro indetenible de las condiciones ambientales en el planeta. Desde hace mucho, tantos lo han dicho y lo han escrito vehementemente que esa perspectiva forma parte de la opinión social contemporánea. Casi sin excepción, científicos, pensadores y ciudadanos coinciden en ese enfoque que es llevado a obras de literatura, artes plásticas, cine y otras formas de expresión de una humanidad que comprende la vida y ve su futuro como decadente y oscuro por el deterioro de las condiciones naturales de la Tierra.

En este escenario, precario e insostenible, se presentó la pandemia provocada por el COVID-19 que no es sino un ejemplo de todo lo que es posible, porque hemos hecho tanto para destruir que lo hemos logrado. Las condiciones están dadas para que el equilibrio se rompa y nos precipitemos desamparados a ‘nuevas normalidades’ que no son sino formas decadentes de vida. En el futuro inmediato, los nuevos y probables acontecimientos catastróficos podrían estar representados por la presencia de nuevos virus, incendios, deshielos, apagones informáticos globales y otros acontecimientos.

Todos coinciden. Hawking analizó la realidad de la inteligencia artificial y su supremacía lógica sobre los seres humanos. Los biólogos estudian las causas del calentamiento global y sus secuelas de muerte, ahora mismo, en muchos lugares del planeta y también entre nosotros. Para muchos, la actual pandemia tiene que ver con ese deterioro global de las condiciones naturales y sociales de la vida. Y, esas advertencias basadas en evidencias científicas están presentes, pero no representan mucho para los individuos que obstinadamente nos mantenemos en nuestra actitud negativa de autodestrucción, sin que cambiemos ni queramos hacerlo.

Personalmente, siempre he comprendido la necesidad de proteger la vida y así lo he expresado. Lo he hecho en este importante medio de comunicación en columnas como ‘Nada nos conmueve lo suficiente’, ‘En perspectiva del fin’ o ‘De la polis griega a Matrix’; y he propuesto en artículos como ‘Nadie es dueño de nada ni de nadie” o ‘El ser y el deber ser’, al ejercicio de la ética aplicada como antídoto básico y germinal para contribuir con el detenimiento de la catástrofe y con una eventual construcción de formas de vida más sostenibles.

Prácticamente todas las voces concuerdan en esos puntos de vista. La Organización de las Naciones Unidas los plasma en la Agenda 2030 y en los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible, conectados con la denuncia del error, con el exhorto al cambio y a la adopción de políticas y ejecución de acciones orientadas al cuidado del ambiente y del ser humano.

Las preocupaciones por lo circunstancial de la política y la economía son, por supuesto, urgentes e impostergables, pero no deben ocultar el drama ambiental que no puede dejar de ser analizado por los políticos ecuatorianos para enfrentarlo colectivamente. En tiempos de elecciones, muchos esperamos que esta perspectiva de cuidado se explicite en los programas de gobierno de quienes aspiran a ejercerlo y se potencie en sus discursos. Las evidencias para actuar en ese sentido son inapelables. (O)