Damos por sentado, como algo rutinario, casi natural, la provisión de agua en las viviendas. Si varía su aspecto, olor, sabor o deja de fluir el agua de la tubería, entonces nos volvemos temporalmente conscientes de su finitud, de su importancia. De igual manera percibimos las fuentes hídricas, hasta que sufren alguna afectación. En nuestro entorno ocurre con los esteros, ríos, lagos, mares, océanos, aguas subterráneas, etcétera.

El estero Salado pasó de tener aguas cristalinas, hace varias décadas, a ser un cuerpo contaminado, turbio, pestilente, con deficiente oxigenación, varios tramos fueron interrumpidos por rellenos de cascajo y en algunas zonas incluso se vertía basura. Descontaminarlo es una tarea en curso.

Nos hemos percatado también de la contaminación de los ríos, que corren hacia los mares, por aguas servidas con deficiente tratamiento, por desechos industriales, por explotación minera sin los respectivos controles ambientales, etcétera.

Santa Ana de los Ríos de Cuenca impulsa una consulta entre sus ciudadanos sobre la prohibición de actividades mineras en zonas de recarga hídrica; se busca que haya una mayor sensibilidad en torno al tema del agua en ese cantón y en la provincia del Azuay, con la finalidad de que sea una prioridad para la población garantizar el acceso de las futuras generaciones al agua.

Procurar la preservación y recuperación de las fuentes hídricas es solo una parte de la tarea de velar por la salud de nuestro planeta, que repercute directamente en la subsistencia de la humanidad. Por eso, hoy que se celebra el Día Mundial de la Ecología –y de los ecologistas–, es importante insistir en que las presentes generaciones se involucren en el conocimiento y comprensión de temas elementales, como el estudio de las relaciones existentes entre los organismos vivos –incluidos los seres humanos– con su medio ambiente, en el que interactúan desde microorganismos hasta plantas, animales y todo el mundo que los rodea.

(O)