Una de las pérdidas más dolorosas en este 2020 para el Ecuador es, sin duda, la de Jorge Rodríguez Torres. He querido repasar su vida, las conversaciones que tuvimos, y los destellos de su lucha. Lo hago con nostalgia, pero también con orgullo: fue un honor conocer a alguien con su temple e integridad. Quisiera que mi generación, y las menores, inmersas en sus legítimas o insensatas euforias, sepan quién fue Jorge, aprendan de su legado. Ojalá que lleguemos a tener, me refiero a los que somos más jóvenes o creemos serlo, una mínima parte de su firmeza y valentía, de su lucidez, para enfrentar el futuro. Eso ya sería mucho. O, al menos, que rechacemos la corrupción, en todos los espacios, como él lo hizo cada día.

Uno de sus mayores orgullos fue haber estudiado en la Unidad Educativa Municipal Sebastián de Benalcázar. Tenía tantas pasiones: su familia, los deportes extremos, la aviación, la economía y la lucha implacable contra la corrupción. “Donde haya peligro, ahí estoy yo”, decía, con divertida sonrisa. A la economía la encontró por error o por destino. Fue a estudiar arquitectura en Estados Unidos y cuando llegó lo enlistaron para ir a luchar a la Guerra de Vietnam. Prefirió regresar a Quito y formarse como economista en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.

En la década de los noventas, cuando se formó la Comisión Cívica Anticorrupción, Rodríguez fue nominado a la misma por los colegios profesionales. Era presidente del Colegio de Economistas de Quito. “Todos eran abogados, yo era el único economista, durante la crisis bancaria yo lideré las denuncias contra los bancos porque entendía más la parte contable”, me contó. En esa época, también, empezaron los juicios que los aludidos por sus denuncias de corrupción le impusieron. En 2015 fue uno de los fundadores de la Comisión Anticorrupción, que tantas lecciones de ética y lucha social le dio al país en la más oprobiosa de las décadas.

Si bien le disgustaba vivir la mitad del tiempo en juzgados, defendiéndose, creía que su lucha por la honestidad valía la pena: “Yo creo que nuestro trabajo servirá para decir a la gente que todavía existen hombres y mujeres libres y de buenas costumbres”. Su actividad económica la dedicó a los seguros y reaseguros, campo en el que fue un exitoso hombre de negocios. Allí lo atacaron sus enemigos, los corruptos. “Un gran porcentaje de nuestra cartera eran seguros estatales, cuando uno abre la boca lo primero que hacen es ver cómo le golpean y la forma de debilitarle o callarle es justamente atacando su principal fuente de ingresos”, contaba.

En una entrevista que le hice, hace algunos años, me confesó, con tristeza, que veía a la actividad política en decadencia, por la corrupción y su cómplice, la impunidad. Creo que a Jorge le hubiera gustado que, para hablar de su lucha, recuerde la forma en la que él hablaba de su suegro, Julio Moreno Espinosa, y de otros políticos decentes. Me hizo el honor, en esa ocasión, de mencionar a mi abuelo, Edgar Molina Montalvo, entre esos luchadores honrados. Me recordó que hubo un tiempo en que los presidentes morían pobres, como José María Velasco Ibarra, o no se enriquecían a costa de su cargo, como Clemente Yerovi Indaburu.

El día en que el nefasto excontralor del correato sentó a los miembros de la Comisión Anticorrupción en el asiento de los acusados, fue su hijo, el penalista Felipe Rodríguez Moreno, quién los defendió. “Le he dado una preocupación bien extrema a Felipe, tiene que defender a su padre ante una justicia absolutamente parcializada, pero ha hecho un buen trabajo”, me dijo entonces. Al principio de su actividad en la Comisión, su familia sufrió y le pidió que no tenga una participación activa. “Con el transcurso del tiempo mi mujer me ha apoyado con mucha fuerza, igual mis hijos”, contaba.

Jorge Rodríguez era un convencido de que los espíritus luchadores van creando una estela, como el avión que pasa por arriba, que vale más que el poder y el dinero y que tiene que ver con el legado de decencia que nos deja. “La lucha contra la corrupción no puede ser labor de 10 o 12 ciudadanos, tiene que ser de todo el país”, decía, con la firmeza de quién se sabía transparente, decente, libre. Creo que con Jorge quedaron algunas conversaciones pendientes, pero su legado es inmenso. Ya es parte de esa memoria ecuatoriana que tiene que ver con la lucha por la justicia, la resistencia, y la conciencia social; ya es parte de ese pasado del país que siempre iluminará nuestro futuro. (O)