El pretendido juicio político a la ministra Romo me trae a la memoria el viejo refrán de que los pájaros disparan a las escopetas. Porque las causas de la interpelación son relativas al uso de la fuerza por la Policía en la represión de los disturbios de octubre de 2019.

Creo que todo el país pudo ver, en directo, los actos vandálicos protagonizados por violentos que, se dice, estaban infiltrados en una marcha pacífica. Veíamos en la televisión grupos de indígenas corriendo por las calles de Quito, y personas que se habían armado con palos largos y escudos de madera y que tiraban cohetes contra los policías. Vimos incendiar el edificio de la Contraloría, vimos que la Policía lanzaba bombas lacrimógenas hasta opacar con su humo el ambiente, pero no pude ver si las bombas estaban caducadas. Vimos que algunos lanzaban cocteles molotov, que incendiaron un carro de los que antes se llamaban trucutús. También se pudo ver heridos. Después, las cámaras mostraban personas que parecían asediar una base militar, al sur de Quito, que fueron repelidas por la guardia.

La próxima vez será de que los policías les digan a los vándalos: “Sigan nomás, señores, destruyan, quemen, hieran, que ustedes son personas buenas y pacíficas y nosotros también. ¿Para qué he de reprimirlos si ustedes están en su derecho de manifestarse?”. ¿Sabía la ministra María Paula Romo que la Policía estaba usando bombas lacrimógenas caducadas? ¿Dio la orden de reprimir sabiendo que dispararlas podía herir a los manifestantes? Los interpelantes deben probar la manifiesta voluntad de causar daño.

La fuerza pública tiene la obligación de defender al pueblo de quienes le hacen daño, cualquiera que sea su procedencia o motivo. Recuerdo mis días de estudiante universitario en el gobierno de Camilo Ponce. Teníamos que enfrentar a los policías y correr cuando se presentaba la caballería y sus sablazos. Tirábamos diablillos a las patas de los caballos para asustarlos. Pero no usábamos armas y las diferencias se dirimían a trompón limpio. Era innoble pegarle al caído y a nadie se le ocurría usar cuchillos. Quien salía a manifestar sabía que se exponía a sufrir los excesos de los policías y que tenía el riesgo de ser herido.

Ahora, el mundo es más violento. Por todas partes destruyen la propiedad pública o privada. Hay personas que aprovechan los disturbios para saciar sus instintos destructivos. También hay personas idealistas y sinceras que protestan por la injusticia. No faltan partidos políticos que justifican el terrorismo, como lo hizo Robespierre en la Revolución Francesa, como una necesidad para el triunfo de la revolución, la misma razón usó V. I. Lenin para justificar la muerte de millones de opositores de la NEP, hace un siglo. Parecería que la violencia está implícita en la condición humana y que el uso de la fuerza de unos llama a la fuerza de otros.

Este parlamento debe ser juez político. Puede ser injusto y censurar a una ministra que no es culpable de lo que se le acusa. Hay legisladores de toda índole. Dejarse arrastrar por cálculos electorales aumentaría su desprestigio. (O)