Ecuador es un paciente más de COVID-19 en terapia intensiva. Es incierto si se recupera o se seguirá agravando hasta transformarse en un Estado fallido. El discurso populista antisistema es el nuevo virus que amenaza el cuerpo social. Ante un electorado incrédulo y frustrado, sin empleo, una oferta como la Renta Básica Universal de $ 400 mensuales parece maná caído del cielo, pero es un vaporoso espejismo.
Cabe la metáfora de la clásica película El mago de Oz, donde el león cobarde acompañado por los hombres de paja y de lata, guiados por la inocente Dorotea, en búsqueda de satisfacer sus carencias de valor, un cerebro y un corazón, respectivamente, se topan al final del camino con que su presunto redentor no era sino un charlatán.
Solo el cinismo y la avidez de poder conducen al correísmo a formular tal oferta de campaña, sabiendo que no hay medios para cumplirla. Y apelan a la ficción del dinero electrónico para darle alguna credibilidad.
Su ilusión de recuperar soberanía monetaria, dígase de volver a imprimir billetes (aunque sea de forma virtual), se mantiene incólume. Y resulta obvio que sueñan con desdolarizar la economía, a pesar de las consecuencias de abandonar una moneda dura que ha beneficiado la capacidad de compra y el ahorro nacional. No parece preocuparles que en Venezuela, siguiendo el mismo modelo que quieren implantar, hoy se necesitan 630 mil bolívares para comprar un dólar.
Parecería que Arauz y su mentor de Bélgica viven en un mundo de fantasía. La Renta Básica Universal que supuestamente beneficiaría a un millón de ecuatorianos costaría 5.000 millones de dólares anuales. Y en un escenario de contracción de la economía en 9 % del PIB y un déficit fiscal que podría proyectarse al doble, de no mediar ciertos recortes, no hay ni remotamente la posibilidad de cumplirla y, menos aún, garantizar su sostenibilidad en el tiempo.
Pero los escrúpulos jamás han sido el punto fuerte del correísmo. Hasta el final de “la década robada” siguieron hablando de la mesa servida, cuando el país estaba quebrado (y lo ha seguido estando en modo inercial), del cambio de la matriz productiva, con el paradigma tecnológico de Yachay, de los proyectos emblemáticos, mal construidos y con sobreprecios, un listado interminable de mentiras y falsas esperanzas.
Y como la memoria colectiva es cortoplacista, estas realidades van quedando en el olvido, y no faltan quienes justifiquen renovadas simpatías por el desparpajo, a cuenta de que hace cinco o seis años había trabajo y se vivía mejor. Y dentro de la pirámide social de arriba a abajo, en la medida en que se desciende, respecto a la corrupción, que fue el mayor legado del correísmo, tiende a haber una tangible condescendencia.
La política finalmente no es una escuela de moral. Es una máxima a la que podría apelar Arauz, quien, ante la mirada complaciente de Evo, en Bolivia, celebró, con guarapo, un pacto con Vargas e Iza, que pronto traicionarán a Yaku dejándolo a su suerte. El acuerdo que condujo al levantamiento indígena y a la intentona golpista de octubre 2019 quedó restablecido. Y el nuevo asalto al poder vendrá por la vía democrática. (O)