El afán de castigo y venganza de al menos diez asambleístas, que han rayado en la obsesión por casi dos años, tuvo su ejecutoria: sancionar a María Paula Romo. Tantos meses de repetir consignas publicitarias para desacreditarla terminaron. Pero esta Asamblea, que ha sido calificada como la peor de la historia, no podía ese día aparecer como lúcida. La victoria cadmea de los interpelantes mostró la faz de los escorpiones que pretendieron azotar a la ministra: mediocridad, ineptitud y bajeza. Aunque era improbable que sea justo el juicio al ser político, al menos debería seguir lineamientos básicos: acusar con pruebas, mostrarlas en forma apropiada, escuchar la defensa y decidir a base de todo aquello. Sin vergüenza, más de un incoherente disertó sobre causales ajenas a las aprobadas por la Comisión de Fiscalización para justificar su voto sancionador. Otros tantos admitieron que era injusto culpar a Romo de lo que no le correspondía y no obstante su voto fue de abstención, disipando cualquier duda del interés electoral de sus decisiones. Pero si esos políticos buscaban lograr atención, el destino traería una noticia más fuerte que sus miserias: murió el dios del fútbol. Con ello el teatro de sus redes sociales, acaso el único sitio donde existen esos insulsos, olvidaría en menos de 24 horas a la Asamblea Nacional.

Maradona fue el genio de la pelota, indomable en la cancha por su arte y orgullo, pero opacado por su figura humana llena de maltratos, enfermedades y espectáculos. Entre los extremos de quienes lo adoran y quienes lo detestan está la gama de personas que vemos sus facetas con curiosidad y posibilidades de aprendizaje. Queda la esperanza de que su nombre lleve a hablar de lo que se evita; por ejemplo, la prostitución, que tantos hombres usan y que pocos aceptan analizar mientras ante el mismo tema los feminismos se polarizan. O hablar de los últimos años del adicto que cambia la cocaína por píldoras y del alcohol tan normalizado en nuestras tierras. ¿No deberíamos lograr la legalización de algunas drogas y condenar el aplauso social al alcoholismo?

Durante su defensa final, María Paula dejó de explicar sus funciones, mencionó políticas públicas que sí le corresponde crear y merecen discusión. Pero ningún interpelante cruzó ese umbral, así que ella aprovechó para plantear debates que no harán sus mediocres verdugos: la violencia como forma de conseguir votos, el asalto a la democracia por parte de perdedores en las urnas, la hipocresía de legisladores que han negociado de todo sin castigo, la protección mutua entre parlamentarios corruptos, y más. Lo peor es la desgracia de no hablar de los problemas que tiene la Policía: elementos entrenados para reprimir manifestantes sin sancionar a quienes se exceden, ineficiente lucha contra la delincuencia; infiltración política, bandas narco y delincuenciales insertas en la institución; los PAI/UPC (unidades policiales comunitarias) que están como feos adornos en barrios aunque cada día más lejos de la ciudadanía, etcétera.

La política y el Ecuador pierden con la salida de María Paula Romo. La sancionan también para que las políticas públicas se decidan entre los hombres que dirigen el ministerio y la Policía, para que casi nada cambie. (O)