En una conferencia, Fernando Savater citó a Umberto Eco, quien haciendo referencia a determinadas acciones reprochables de un alcalde decía que no importaba lo que se le dijera al alcalde, porque él no iba a cambiar. Lo que importa es qué les vamos a decir a los jóvenes que son los que mañana elegirán alcalde, para que no elijan uno así. “La democracia es el único régimen político en el que la culpa de lo que pasa la tienen los ciudadanos y no los gobernantes, porque la culpa de los gobernantes la tienen los ciudadanos”, concluyó el filósofo español.

De ahí se desprende la relevancia de la educación para tomar decisiones. Sin educación, la democracia es una ruleta.

Pero ¿qué entendemos por educación para la democracia? Hoy, los jóvenes han tenido más acceso que nunca en la historia a títulos, conocimiento e información. Sin embargo, podríamos cuestionar si ese tipo de educación los ha conducido a ser mejores sujetos sociales, con una mirada responsable sobre su entorno inmediato.

Traigo esto con preocupación, porque estamos próximos a elecciones, y lo que suceda ahí marcará el destino de un país que no necesita experimentos ni discursos, sino soluciones técnicas al endeudamiento y la crisis económica, política y social que enfrentamos.

No voy a caer en una descalificación general, sin embargo, me llaman la atención la hipersensibilidad y un aparente compromiso de los jóvenes frente a causas globales y el escaso debate sobre los problemas locales. Así como la excesiva violencia verbal y poca tolerancia frente a quienes piensan distinto, cerrando toda posibilidad a una mirada común de convivencia o diálogo.

He conversado con jóvenes sobre las futuras elecciones y me he topado con argumentos como no voy a votar por tal candidato porque dijo que las mujeres tenían que arreglarse bonito y conseguir novio, o que les encanta el loquito de los memes, que es, sin embargo, el sujeto menos políticamente correcto que existe.

A los jóvenes de esta generación se los ha denominado “generación de cristal”, snowflake y de un montón de maneras; los han descrito como frágiles, con poca capacidad de resiliencia, entre otras cosas, y creo que lo que se está logrando es hacer lo mismo que criticamos que hacen ellos, etiquetarlos, clasificarlos y descalificarlos, y por ahí no va la solución.

Se nos viene un escenario complejo, en un contexto más difícil aún, donde las campañas políticas deberán transitar más por las redes sociales y medios digitales que por las calles, y son justo esos espacios los que han sido tomados por el ejercicio de la intolerancia y los activismos light.

Lo único que se me ocurre hoy es hacer una invitación a la reflexión, sobre cómo en un corto plazo podemos generar las discusiones y significaciones que permitan a los jóvenes tomar decisiones responsables e informadas para las próximas elecciones; y, a largo plazo, preguntarnos cómo debe ser una educación para la democracia en estos contextos del paradigma digital y global. (O)