La Navidad es una invitación a reflexionar sobre la vida, desde un pobre y tierno pesebre hasta la inevitable muerte que a todos nos espera. Con todas las miserias del ser humano (rechazando un hospedaje a la madre embarazada) hasta sus grandezas (los que le acompañaron a Cristo, aunque tantas veces dudaron). Eso ha sido esta pandemia: una invitación a redimensionarnos, mirarnos nuevamente, juntarnos (las familias más cercanas), recibir golpes severos (unos más que otros), buscar soluciones y oportunidades, nuevos y distintos horizontes.

Ciertamente para la sociedad humana que se creía dominante, ha sido un llamado severo a la humildad. Parte de nuestro éxito ha sido controlar enfermedades y alejar un poco más a la muerte, pero nos hemos vuelto menos tolerantes al riesgo y a ese mismo espectro que nos acecha. Hoy nos desconcierta más, le tememos más, y nos ha recordado que puede cualquier momento doblegarnos… Pero no nos ha vencido, porque ha surgido la extraordinaria capacidad de nuestras sociedades para enfrentarla, con dolor, desconcierto, pero ahí estamos, y ya vienen las primeras vacunas. Saldremos adelante.

Nos ha sorprendido, al impactar los dos factores esenciales de la economía. Por un lado se ha limitado el intercambio de oferta y demanda, que es la base de la especialización, única manera de mejorar la vida de 7.000 millones de habitantes, como de hecho se ha logrado y es uno de nuestros mayores éxitos: más gente que vive y vive mejor (obviamente con muchas fallas por corregir). Por otro lado, la confianza que nos permite interactuar minimizando fricciones (no pedimos un certificado legal cada vez que intercambiamos), también se ha alterado: no compramos al informal de la calle porque no sabemos qué tanto se cuida, nos quedamos tiempo mínimo en los lugares, tememos más al futuro. Por eso la caída de la economía en alrededor del 10 % aquí y allá. 10 % es enorme pero lo hemos limitado por las fortalezas propias de nuestras sociedades, como el desarrollo tecnológico: las videoconferencias permiten mantener al sistema educativo y las relaciones personales y empresariales, las apps y el transporte rápido han multiplicado las iniciativas de nuevos productos y entregas directas. Aunque debemos autocriticarnos (y además por naturaleza tendemos a ser más bien negativos), no podemos olvidar que hemos logrado organizarnos para que esos impactos sean menores (nunca olvidar las decenas de millones de muertos en pandemias anteriores).

Hemos aprendido. A redimensionarnos, porque ciertamente hay actividades que pueden ser eliminadas o al menos minimizadas: hemos descubierto su baja utilidad, o quizás lo sabíamos pero no dábamos el paso. A mirarnos nuevamente: nuestro uso del tiempo (personal y empresarial) ya no será el mismo, nuestras prioridades se habrán modificado, nuestras exigencias cambiarán (frente a nosotros mismos y a los demás) en cuanto al sentido de la vida. A buscar soluciones, y en eso cada uno de nosotros puede hacer listas largas y certeras, y nuevas oportunidades: no solo de intercambios diferentes, sino en la manera de comunicarnos y compartir.

Que la Navidad sea para todos un enorme abrazo, que nos cobije luego de este año tan duro, y nos ayude a ir hacia un mejor 2021. (O)