La memoria histórica es un patrimonio de las sociedades. Y su importancia moral no es siempre suficientemente valorada. Puede recordar, así como olvidar un tanto a discreción. Pero el pasado debe servir para configurar el presente y el futuro.

Shakespeare por boca de Enrique V decía que los viejos olvidan, aunque también lo hacen las sociedades, y a veces más pronto de lo que conviene.

La reflexión es a propósito del binomio presidencial de la “Unidad por la Esperanza”, promovido por el prófugo de Bélgica. Lo hace bajo el membrete de “Compromiso Social”, uno de varios partidos o movimientos que surgió financiado por la corrupción del correísmo.

El sentido común llevaría a suponer que el colectivo debería estar inhabilitado, pero en este país donde lo verdadero y lo falso se confunde, resulta que no es así, y a pesar de sus antecedentes condenatorios y censurables, participa libremente en la campaña electoral sin dar muestras del más mínimo arrepentimiento. Y apelan a una inocencia infantil para justificar los escándalos.

Los casos Odebrecht y Sobornos fueron urdidos por el traidor de Lenín, secundados por el difunto Julio César Trujillo y sus prohijados, el contralor Celi y la fiscal Salazar. La refinería de El Aromo fracasó por el boicot del imperialismo a Chávez, y la denuncia del sobreprecio en la ampliación de la refinería de Esmeraldas, que pasó de 180 a 1.500 millones de dólares, fue pura difamación de la prensa corrupta. Que “el golpe blando” del 30-S fue instigado por la derecha reaccionaria siendo falso aquello de que ha sido el mayor fraude procesal de la historia que enjuició a trescientos inocentes.

El listado del prontuariado correísta necesitaría un voluminoso libro a fin de compendiarlo. Para fines editoriales requeriría, al menos, de un par de tomos.

Así, no cabe invocar a la unidad porque el cauce de esta corriente política separa a quienes fueron parte del festín o son tontos útiles que siguen creyendo en sus mentiras, y aquellos que repudian con consciencia y responsabilidad cívica tanto atropello y pillaje, que hasta hace poco fue la pandemia de los enloquecidos por el dinero.

Y respecto a la esperanza, es tan solo el horizonte promisor de los falsos profetas, un vaporoso espejismo: bono por 1.000 millones de dólares a sus leales e ingenuos electores con un Estado quebrado; “desdolarización buena” para recuperar la dignidad y la soberanía monetaria; y 35 celulares viejos para dar paso a la revolucionaria minería inversa, algo que recuerda el fiasco de la fantasía de Yasuní.

Es cierto que el fracaso del gobierno de Moreno, condicionado en buena medida por la supuesta “mesa servida” del correísmo, y liquidado por la pandemia del COVID-19, hace que algunos miren hacia atrás con nostalgia. Las expectativas frustradas por la pobreza y falta de oportunidades activan un peligroso alzhéimer moral que expone a la sociedad a graves consecuencias. Hay una relación directa entre memorias e identidades colectivas débiles, que al fomentar un Ecuador sin recuerdo pone al día el aforismo de George Santayana de que “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. (O)