Este es un tiempo de esperanza y renacimiento para quienes buscan ser consecuentes con la práctica cristiana. Pero la coyuntura —la Navidad, las nuevas restricciones por la pandemia, la reunión familiar, la víspera de la campaña electoral, el año nuevo, el empleo— nos coloca ante la incertidumbre de saber si conseguiremos un orden nuevo, porque nos vemos arrastrados hacia un callejón sin salida. Entre la angustia y la indiferencia que revolotean en nuestra mente, la certeza de que no hay nada nuevo bajo el sol es profundamente reconfortante porque trae un mensaje liberador, como liberadores son los grandes libros que ha dado la humanidad.

Probablemente compuesto en el siglo III antes de Cristo, el Qohélet (el libro del Eclesiastés) nos deslumbra al mismo tiempo que desestabiliza toda certeza racional o subjetiva que hemos creído alcanzar. Nos dice que todo lo que hacemos —absolutamente todo— es un empeño vano. Cuenta que al necio le espera lo mismo que al sabio. Advierte que no hay ventajas en tener o en no tener. Anuncia que la muerte y el olvido nos esperan a todos sin excepción. Sentencia que tenemos la misma suerte que la de los animales. Cuestiona a quienes trabajan demasiado. Afirma que los honrados son tratados como malvados, y los malvados, como honrados.

Dice: “¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!”. Sabiendo que no es fácil comprender, dice: “Lo que fue / es lo que será. / Lo que se hizo/ es lo que se hará”. Sus palabras nos fulminan: “Nadie se acuerda de los antepasados, / ni de los que vengan después se acordará / ninguno de sus sucesores”. Para Qohélet, todo tiene su momento: “Tiempo de buscar y tiempo de perderse, / tiempo de guardar y tiempo de desechar”, pues, sabiendo que bajo el sol hay vileza, él se ha “interesado en buscar e indagar con sabiduría todo lo que sucede bajo el sol”. Y lo que ve es desconsolador: “En lugar de derecho, hay fraude, y en lugar de justicia, corrupción”.

Según el humanista George Steiner, la presencia del Qohélet (el libro del Eclesiastés) en la Biblia es una inmensa incógnita. Hay comentaristas del texto que sostienen que se pueden identificar hasta cuatro autores diferentes. Parece razonable señalar que es de los poquísimos libros del canon bíblico que pudo haber tenido contacto con el pensamiento filosófico griego, especialmente con el de los escépticos y los cínicos. Porque el sentido de Qohélet (el que reúne a una asamblea) desconcierta tanto que puede resultar devastador, porque está hablando de lo que siempre se halla fuera del entendimiento.

El Eclesiastés descoloca y exige mucho más que razón e inteligencia para sentir su vibración: “Más vale sufrir que reír, / pues desahogar el dolor consuela el corazón”. Es poesía superior, es prosa superior, que ayuda a encontrar, aunque sea momentáneamente, cierta iluminación ante el barullo de estos tiempos. Qohélet dice que lo único que ha descubierto es “que Dios hizo al hombre sencillo / pero ellos se buscan infinitas complicaciones”. Tal vez por ello Steiner calificó a este libro como una “enigmática fuente de tristeza”. ¿Conseguiremos vivir en paz, aceptando que “todos vienen del polvo / y todos vuelven al polvo”? (O)