En este documental reciente de HBO, Sharon Liese hace un seguimiento, durante cuatro años, de la transformación de cuatro menores de diferentes edades (dos niños, una niña y un adolescente) que presentan lo que la psiquiatría actual llama “disforia de género”: el deseo, o la aparente convicción de pertenecer al otro género, y la demanda a sus padres y a la medicina, para que les ayuden a operar ese cambio en su cuerpo. El documental cuenta con la ayuda del Transgender Institute, de Kansas City (Missouri), que brinda apoyo y asesoramiento a las familias que atraviesan por ese proceso. Centrado en los niños, el documental permite entrever algo de la dinámica de las parejas parentales, dejando a criterio del espectador más exigente la imaginación de hipótesis sobre la injerencia del deseo de los padres en la aparición de estos casos.

La presencia del discurso de género busca remplazar a las teorías sobre la constitución de una posición sexuada, empezando por la sustitución del significante “sexo” por el de “género”. Se busca la subversión del aforismo “anatomía es destino”, ligada al psicoanálisis, ignorando que la expectativa de que los seres hablantes se comporten en consonancia con su dotación genital original ha imperado en las sociedades humanas desde el comienzo, es decir milenios antes de la aparición de Sigmund Freud. La “fluidez del género” que hoy se invoca produce el nuevo aforismo: “apariencia es destino”. Se desestima la determinación de la anatomía y de cualquier factor biológico, y se legitima sin cuestionamiento lo que aparece como un deseo del niño o de la niña sin profundizar demasiado en el deseo de los padres. Se construye una imagen social, o incluso se la promociona, se modifica el lenguaje invirtiendo los nombres y pronombres, para luego practicar los cambios consecuentes en el real del organismo.

Así, en el caso de la pequeña Avery, tenemos una madre omnipresente y un padre intrascendente, para hacer de un niño una linda niña que se exhibe como portada en un especial de National Geographic de 2017 dedicado a “la revolución del género”, sin importar el hecho de que la pequeña solo quiere ser una niña ordinaria. O el de Jay, donde una madre lesbiana hace de su hija un macho, a imagen y semejanza de aquella mujer enorme, viril y musculosa con la que luego se casa. O Lanee, cuyo padre se dedica a hacer de ella una muñeca de pasarela, ante la aparente y tácita aprobación de la madre. Finalmente el más pequeño, Phoenix, quien aparentemente quiere ser una niña, pero solo puede asumir su anatomía masculina en el momento de que sus padres se divorcian, y él puede sostener una relación con un padre más afirmado fuera de la influencia de una madre confundida y novelera.

Hoy en día la emergencia de casos de transexualismo en la infancia y temprana adolescencia se reportan de manera más frecuente en todo el mundo, y el Ecuador no es la excepción. No se conoce con exactitud las determinaciones causales. Pero si a cada espectador o lector este documental le dice algo, a mí me sugiere que en cada situación hay que investigar a los padres, en primer lugar, antes de tomar cualquier decisión. (O)