En 2020 el protocolo invadió nuestras vidas, se metió en la cocina, en la mesa, en el baño y en la cama... impregnó nuestra cultura y nuestras rutinas hasta no dejar nada librado al azar. Ahora hay protocolo para el supermercado, para el colegio y la farmacia, para caminar por la vereda, para ir al dentista y hasta para ir a misa. Protocoleamos todo el día... en casa, en el trabajo y en la calle. Si entramos en un bar nos aplican el protocolo. Si nos subimos a un autobús, meta protocolo. Si encargamos empanadas, toma protocolo. Nos protocolizaron hasta hartarnos. Y ya se sabe, porque así lo han demostrado una y otra vez los vaivenes de la historia, que la desprotocolización será terrible: tan fuerte vamos a rebotar para el otro lado que vamos a caernos de la hamaca. Pase lo que pase en el futuro quiero rescatar algunas cosas positivas de este año que vamos a recordar con muy poca nostalgia.

En la Argentina nos prohibieron compartir el mate, así que por fin pudimos tomarlo sin quemarnos por culpa de esos amigos con boca de amianto; ahora podemos elegir la yerba que nos gusta en lugar de soportar la ajena; no nos encajan justo el remedio contrario al que necesitamos; no nos atosigan ni nos dejan olvidados en la ronda, así que tomamos la cantidad que queremos; dejamos de chupar el lápiz labial impregnado en la bombilla por la vecina de oficina... conté rápido cinco fortalezas del mate tomado como siempre lo hicieron los uruguayos, algo que por mucho tiempo pienso seguir exigiendo a mis contertulios cada vez que decidamos tomar unos mates.

Lo del mate puede parecer un chiste y me van a retrucar con la ceremonia del mate, con que hay que ser buena onda y compartir, a lo que les contesto que no tengo ningún problema en compartir el mate, pero prefiero que compartan la plata que tienen en el banco porque los billetes sí que no contagian.

Hay otras novedades del año del COVID que vale la pena tener como fortalezas. Por ejemplo, se acabaron las reuniones de balde. Llegó el momento de recuperar ese tiempo perdido en reuniones tan inútiles como interminables. Quedará para siempre la posibilidad de asistir a distancia y hasta de intervenir si es necesario y también de anular la cámara si queremos descansar un rato. Además hemos perdido la vergüenza de vernos mientras hablamos por teléfono. Se ha acelerado el futuro de las comunicaciones; ahora sabemos de luces, de fondos, de volumen y de cómo convertir una habitación en estudio de TV. Casi todos hemos estado en seminarios, juntadas familiares y brindis por tecnologías que permiten reuniones a distancia. Es curioso que seamos capaces de brindar a tanta distancia y aquí también ocurre con el protocolo del mate, cada uno brinda con la bebida que prefiere y no con la del vecino, que quizá no le guste o le cae mal. Nada de eso ha terminado con las ganas de volver a vernos, pero lo tengo por un progreso notable del 2020. (O)