La geografía nos ha situado bajo la influencia de los Estados Unidos de Norteamérica y por ser desde el siglo pasado la primera potencia mundial, estamos condenados a conocer lo que en ellos sucede. Podemos aceptarlo y obtener provecho, o ignorarlos. Cuba escogió la segunda alternativa desde 1959 con la revolución comunista de Castro, pero nunca han dejado de quejarse del bloqueo al que está sometida. Allí están los cubanos tratando de adaptarse a una vida de pobreza sin fin y con pocas esperanzas.

Nosotros vendemos en el mercado estadounidense la mayoría de nuestros productos exportables: banano, camarones, flores, frutas, cacao. Les compramos productos elaborados: es la realidad del subdesarrollo del que tanto hablamos en mi generación hace más de medio siglo. No ha cambiado. Es nuestro primer cliente. Su política nos debe interesar como si fuera propia, porque dependemos de sus gobiernos para facilitar y ampliar nuestras ventas.

Cuando la televisión empezó a mostrar la toma vandálica del Capitolio, quedé estupefacto. Vándalos asaltando el lugar donde sesionaba el Congreso y destrozando lo que encontraban a su paso, era de no creer. Parece que la policía no estaba preparada, no obstante que el presidente Trump había pronunciado días antes unas palabras pidiendo calma a algunos partidarios y aconsejando esperar una oportunidad. Esta se presentó el 6 de enero.

Dicen que la democracia fue severamente perjudicada y que los Estados Unidos han entrado en franca decadencia, por sus terribles divisiones intestinas: blancos contra negros, demócratas contra republicanos, pobres contra ricos. Seguí las noticias en el canal CNN. Otra sorpresa: a las pocas horas, el Senado estaba en sesión tratando de calificar el triunfo del presidente electo, Sr. Biden. Discursos limitados a cinco minutos. Algunos buenos, otros mediocres, como en todo. Los senadores se habían sobrepuesto a los vándalos y retomaron su trabajo.

Esto no acaba con la posesión del nuevo presidente. Hay que escuchar su discurso ese día para buscar las líneas de su gobierno. Hay que esperar que la justicia actúe y castigue a los culpables según la ley. Tal vez Mr. Trump no quede impune.

El Poder Judicial de los Estados Unidos es uno de los más confiables del planeta. La justicia es esencialmente política, en el buen sentido. Los hechos recientes lo prueban. La Corte Suprema se negó a satisfacer los pedidos del Sr. Trump para declarar fraudes que no se probaron. Hay esperanza en esa dignificación de su democracia.

De los tres poderes del Estado, dos se han mantenido incólumes. Insisto en la rapidez con que el Congreso retomó sus tareas. Haberlas interrumpido hubiera sido una forma de doblegarse ante el vandalismo anárquico de los fanáticos de Trump. El sistema se recuperó muy rápidamente del golpe.

Pero no hay que descuidar la unidad. Mr. Trump obtuvo 74 millones de votos. Claro que Mr. Biden lo superó. La democracia premia al que gana, pero no puede olvidar al que pierde, más si es un colectivo tan numeroso. Son seres humanos que tienen razones, intereses, derechos y obligaciones. Que la justicia diga su palabra clara y equitativa. Que busque la epiqueya. (O)