El pandémico video que muestra a un profesor de mi amada Facultad de Medicina de la Universidad Central maltratando a una estudiante abre diversas lecturas y alinea al público entre los que condenan la conducta del docente y quienes lo justifican por haber sido sus alumnos con anterioridad, o aquellos que se erigen en paladines de la lucha contra la “mediocridad”. Nunca sabremos qué pasó por el inconsciente de ese sujeto durante ese brutal acting-out verbigerante, y por ello, su reacción frente a una supuesta y no verificada trampa del grupo de estudiantes no tiene justificación racional ni explicación clínica. De todo lo visto y escuchado, me detengo en su expresión final, como corolario de lo planteado en esta columna el domingo pasado: “Ojalá con esto me boten de esta pendejada de universidad”.

Había una época en la que ser docente universitario era un honor y una oportunidad de compartir experiencia y saber, en compensación por el sueldo bajo y siempre tardío y el esfuerzo no reconocido. Para algunos, incluyéndome, todavía es un honor. ¿Cuándo se convirtió —para otros— en una carga insoportable que se sobrelleva en una institución a la que se califica como una “pendejada”? ¿Por qué no renuncian oportunamente? ¿Para que los boten cobrando liquidación? ¿Qué dice este incidente sobre la realidad presente de nuestras universidades y de la educación ecuatoriana en todos los niveles? ¿En qué medida en las universidades ecuatorianas se escenifican las inconsistencias que arrastramos desde el preescolar, no solamente en lo pedagógico sino en nuestra estructura social, económica y política?

La universidad ecuatoriana es el vaso de precipitación de todas las deficiencias de nuestro sistema educativo. Ahí verificamos que no sabemos leer y analizar un texto, que no aprendimos a escribir, que fallamos en el manejo del lenguaje y la lógica y que no sabemos investigar. Además, es un espacio dominado por las modalidades más demagógicas, populistas, sectarias y regresivas de la política ecuatoriana. Finalmente, la universidad es el teatro donde se representan las conductas sexistas, autoritarias, acosadoras, racistas, clasistas y abusivas del poder, que pretende hegemonía en nuestra sociedad. Si Lacan decía que el discurso universitario es la modalidad ligera del discurso del amo, en nuestro medio este último deviene “discurso del patrón”, fundador de nuestros intercambios cotidianos.

El video pandémico representa la tragedia educativa ecuatoriana que eclosiona a nivel superior y en el llamado “cuarto nivel”, en un país que durante el gobierno anterior pretendió reformar el sistema educativo empezando por el techo y descuidando los cimientos. Ello explica cómo es posible que en el Ecuador alguien pueda jactarse de ser “M.Sc.” y “Ph.D.” y ostentar, al mismo tiempo, ausencia de respeto al semejante y de responsabilidad por sus actos sintomáticos y sus excesos. Un país que promueve la proliferación de “másters” y “doctores” desempleados, mientras en cualquier recinto de nuestra serranía, litoral y amazonía, los niños pobres se agrupan alrededor de una pequeña pantalla en la loma donde se coge la señal. (O)