Freddie Mercury, la estrella de Queen, una de las mejores bandas de rock de la historia, vivió hasta los 18 años entre India y Zanzíbar. La experiencia de migrante en Inglaterra ayudó a formar su sensibilidad hacia lo distinto con una creatividad inigualable en su música y la poesía de sus textos.

He escuchado nostálgicamente varias canciones de Queen en estos días de pensar en la prematura muerte de Orlando Montoya este 11 de enero. Llegó a Ecuador con casi 26 años procedente de Colombia, era un hombre alegre que buscaba aprender y ayudar en todo lo que hacía. Se dedicó por más de 40 años a luchar contra la discriminación, reivindicación y educación para la defensa de los derechos humanos, especialmente de las personas GLBTI, dejando un legado que pocos militantes latinoamericanos podrían mostrar. Sus logros abarcan la creación de organizaciones de lucha por derechos en Ecuador, Colombia y varios países para construir la red internacional Asical y luego GayLatino.

Inició su lucha contra el VIH/sida luego de ver a amigos morir sin respuestas ni apoyos en los 80, cuando la enfermedad era un misterio cargado de discriminación. En ese andar nacieron los recorridos por el país hablando del amor y lo injusto de mantener en el Código Penal la homosexualidad. Fue artífice de lograr su abolición en el año 1997. Sin quererlo, venciendo sus miedos con su preciosa sonrisa que llenaba de anécdotas y ciencia, fue impulsor de líderes en toda Latinoamérica y el Caribe.

Orlando nos enseñó que el trabajo comunitario no solo es la clave para la educación en prevención sino además la mejor herramienta para el estudio científico del VIH/sida. Su ingenio sirvió de puente para que muchas personas de diversas vertientes sociales se sentaran a planear y producir estudios, crear sistemas de protección y educarnos en los mejores tratamientos y profilaxis para evitar las infecciones. Ese gran autodidacta se convirtió en coautor de múltiples artículos científicos en revistas indexadas, participante clave en desarrollo de programas, ensayos clínicos y un frecuente expositor en conferencias internacionales en Europa, África y América para vencer la pandemia más larga, mortal y costosa que el planeta sufre: el sida.

Brian May, el guitarrista de Queen, escribió una triste canción que evoco hoy en homenaje a Montoya: Who wants to live forever o Quién quiere vivir para siempre. Su letra nos muestra el dolor del desplazado: “no hay lugar para nosotros”, de quien se sabe con poco tiempo, como Mercury, luego de su diagnóstico de VIH cuando no había tratamientos ni esperanzas: “no hay tiempo para nosotros”. Pero ahí mismo encontraríamos el tesón y la alegría por la vida que Orlando siempre tuvo, aquella que lograba contagiar a quienes sentían desolación o se preocupaban por el futuro: “¿Qué es esto que construye nuestros sueños?”, “Y podemos amar para siempre”, “Por siempre es nuestro hoy”.

Lloramos al hombre, al querido Orlando que partió por esta enfermedad. Pero nuestras lágrimas de pena se confunden con la dulce nostalgia de tantas veladas que nos regaló llenas de historias de las mil aventuras que protagonizó para ayudar a hacer un mundo mejor. Honraremos su memoria al continuar sus luchas, al ser curiosos para aprender y enseñar sin egoísmos. Mientras, él descansa en la fuerza, aquella que impulsa a tanta buena gente a seguir luchando contra las injusticias. (O)