La semana pasada ocurrió un nuevo suceso de abuso policial en los Estados Unidos. Una niña de 9 años, con una crisis de ansiedad en medio de una disputa con su madre, fue esposada y reprimida por los agentes con el uso de gas pimienta, para ser detenida mediante un procedimiento que se aplica a los adultos violentos y peligrosos. En medio del forcejeo uno de los policías pretendió reconvenir a la pequeña con un “Te estás portando como una niña”, a lo que ella respondió con un contundente “Soy una niña”. Uno de los elementos significativos de la dramática escena era el desesperado llamado de la víctima: “Quiero a mi papá”. El padre estaba ausente en medio de este horror. El progenitor no siempre es el padre, la diferencia estriba en la distancia que existe entre la biología y la psicología.

El estatuto y el valor de la función del padre son fundamentales en el desarrollo de la teoría psicoanalítica y en su clínica, desde Sigmund Freud hasta Jacques Lacan. El psicoanalista francés investigó las diferentes advocaciones del padre desde el real de la biología, en cuanto progenitor, hasta el orden simbólico como el portavoz de la ley que permite la salida del niño o de la niña del vínculo dual y exclusivo con la madre, para permitir su ingreso al mundo de la sociedad y la cultura. En la dinámica familiar, la función del padre (que no necesariamente es el progenitor), es la de invocar la ley y ubicar a cada quien en el lugar que le corresponde. En la escena de aquella niña maltratada por la policía, más allá de un llamado a su progenitor ausente, hay un pedido a la función de padre para que establezca el orden en el conflicto con su madre.

Ya desde el comienzo del siglo XX, algunos autores de diferentes campos y disciplinas, incluyendo el novelista Julio Verne, advirtieron la crisis e inminente decadencia de la función del padre en el mundo occidental presente. Lacan se ocupó de aquel fenómeno desde sus primeros escritos, y la clínica psicoanalítica investiga la presencia o el desfallecimiento de la gestión simbólica paterna en los cuadros clínicos de las personas que acuden a la consulta. Porque no es raro encontrar que en algunas personas afectadas por los conflictos más extremos hay una ausencia del padre simbólico y un encapsulamiento del sujeto en la burbuja de los deseos de la madre. La ausencia física por abandono o fallecimiento del progenitor no necesariamente privan a la prole de la función simbólica del padre, si otra persona, o la misma madre, lo representan mediante la palabra y los actos que permitan al niño salir al mundo e inscribirse como sujeto en la sociedad y en la cultura.

En algunos escritos de esta columna he señalado el carácter ‘maternocrático’ de la sociedad ecuatoriana y de nuestras familias, por razones arraigadas en nuestra cultura y sus códigos, que incluyen la irresponsabilidad de muchos progenitores para asumir la función paterna en todos los campos. Ello tiene efectos en nuestra vida social y política, donde preferimos las propuestas ‘maternales’ que nos exoneran de responsabilidad y esfuerzo, y nos mantienen en una eterna dependencia del Estado “mamítico”. (O)