Aunque las tipologías no son muy de mi agrado, son importantes a la hora de abordar conceptualmente un problema. Imagino que los politólogos tienen toda suerte de tipos para describir a los diferentes personajes ganadores y perdedores de estas elecciones. Aparte del viejo sabio, que se ha paseado en todos los carriles políticos a modo de asesor económico, el cantante devenido recitador y el resto de muebles que se presentaron en estas elecciones, destaca en Ecuador el político TikTok, aquel que apela al encandilamiento de los electores y prefiere fingir que su mayor contendiente le puede llevar ventaja.

El político TikTok entendió tempranamente que la realidad alterna de las redes sociales, donde cualquier necedad pega centro, desde que el ser humano no pisó la luna hasta que el dióxido de cloro es un inmunizador contra el COVID-19, es pista sin límite de velocidad. La llamada sorpresa electoral, Xavier Hervas, es el busero que, orgulloso de su hazaña, avanzó en marcha acelerada por la vera del camino, con su unidad vestida de gala para toda ocasión. Se aprovecha de la coyuntura, saliendo sonriente en fotos con otros como él a los que denuesta cuando no ya no los necesita para promoverse.

A Yaku Pérez, que a ratos parece que quisiera disputar los resultados como cuando defendió un subsidio que no le hace favor a nadie, a palo y piedra, es el busero al que el cupo de la cooperativa que finalmente obtuvo le quedó pequeño. Estuvo un año de pandemia sin una sola vez movilizar, ahí sí, a todas las fuerzas vivas a las que tanto les duele el país para corregir de alguna forma la desgracia que supone una educación, indígena y mestiza, en formato virtual.

En su lugar prefirió salir a dar de comer a los perritos de la calle con un botecito de comida para que todos notemos su gran sensibilidad.

Si Pérez y Hervas lograron acelerar en curva, Andrés Arauz es el busero que cruzó con soltura la línea de llegada, con el apoyo de poderosos socios ideológicos que han financiado el permanente ajuste de bujías y calibración de los motores. No tiene un solo bus, sino una flota entera, aunque el suministro de gasolina que suponen los votos duros correístas de quienes están convencidos de que ese camino, cualquiera que sea, bajo el disfraz que fuere, es la luz, la verdad y la vida, podría llegar a su fin.

El problema es que no parece que siempre ha respetado las señales de tránsito, no sabemos si cumple con los controles mecánicos, y varios de sus conductores han salido por la ventana tras provocar colisiones trágicas. Aun así, la gente lo apoya porque necesita transportarse con lo que hay.

Mientras los ánimos se acaloran y se define quién pasa a la segunda vuelta, me pregunto en qué bus me subiría para llegar a mi destino. Al menos estoy segura de que no quiero quedarme atrapada en los metales retorcidos de un vehículo que avanza a un destino ineludible, de la destrucción de unos para la conquista de otros, donde no hay cabida para nadie más. Solo queda saber cuál es la otra alternativa para el viaje, y que eso también se respete. (O)