La República Popular de China tuvo 6.905 casos de COVID–19 el 11 de febrero de 2020, un año posterior el 7 de febrero de 2021 sus nuevos casos son solo 14.

A pesar de que las estadísticas no son comparables, es útil reconocer que a nivel mundial existen 147 millones de casos positivos y 3 millones de muertes (OMS, abril del 2021). Es inobjetable que dicho país ha sabido enfrentarse de forma más eficaz a la pandemia que el mundo occidental democrático. ¿Cuál es la clave de este éxito? Según datos de Our World in Data, al 14 de marzo China había administrado 4,51 dosis por cada 100 personas. Esta es una cifra relativamente baja si se la compara con países como el Reino Unido, Estados Unidos y Chile que han administrado 39,7, 33,5 y 38,8 por cada 100 personas, respectivamente. Es decir, China no está en la ansiedad de vacunar a su población de inmediato porque sencillamente tiene a la epidemia bajo control, es más, se permite exportar vacunas al resto del mundo. Básicamente lo que ha hecho es encontrar los casos de contagio, los ha aislado y ha aplicado limitaciones de movimiento de forma muy disciplinada. Ha utilizado la tecnología para la ubicación y seguimiento de los casos. En resumen, aísla a cada paciente contaminado, pero existe una razón aún más fundamental, y es la cultura política. Xi Jinping no se preocupa por el qué dirá la oposición, o los medios de información ni los influencers. El código penal chino avala la pena de muerte y alrededor de 2.400 personas fueron sometidas a esta pena en el año 2014. Es decir, existe la persuasión por la fuerza, la obediencia por ley. No hay libertinaje ni impudicia que sea nociva a la supervivencia de dicha sociedad como en las sociedades hiperdemocráticas de Occidente. ¿Es nuestra libertad nociva a la supervivencia? (O)

Carlos Efraín Montúfar Salcedo, doctor en Medicina, Quito