Dejar de ser vacíos por dentro, para poder ver las grandes iniquidades de afuera y mostrar que somos solidarios con los más necesitados. Foto: Tammy Armijos


De la tradición y cultura familiar aprendí como muchos que la Navidad es una recordación religiosa de católicos, anglicanos, protestantes, ortodoxos y otros, que coincidimos en que es una fiesta de fraternidad y amor siguiendo el mandato del Mesías, quien para la mayoría un 25 de diciembre nació en Belén.

Pero en un mundo de contrasentidos, particularmente en nuestro país, lo aprendido se olvida, lo construido se destruye, lo unido se fragmenta y lo amado se odia; son explicables las conductas antinavideñas del Estado, la familia, los individuos, que no cumplimos nuestras obligaciones y fines. Así, un Estado cuyas funciones no apuntan a un objetivo único nacional y constitucional democrático, todas se atacan y no lo hacen contra el enemigo común: miseria, injusticia, inseguridad, etc. Una sociedad civil dócil, sin orientación ideológica, presa de vendedores de ilusiones (objetivo de demagogos en campaña) y víctima de delincuencia y criminalidad, solo espera ‘regalos’. Y familias intergeneracionales acusan alto grado de disfuncionalidad, desamor, irrespeto, falta de autoridad. No hay referentes, solo el regalo cuenta. Los individuos, por consiguiente, no se adaptan a los estatus sociales, y son adoptados por criterios de normalidad en ciertas minorías; son envolturas de regalo.

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Parecería extremar los contextos por evidenciar realidades opuestas a tan particular fecha que abordamos, mas intento demostrar que la Navidad no solo es un relato de ternura representada en un pesebre; sino que es tiempo de hacer lo que debimos hacer todo el tiempo: servir sirviendo, dar dando, agradecer agradeciendo, amar amando. No solo pidiendo ni ofreciendo. Navidad es hacer del corazón un pesebre en el que permanece el Niño–Hombre, Dios humanizado, Jesús. Desechemos ser vacíos por dentro, para poder ver las grandes iniquidades de afuera y mostrar que somos Navidad. (O)

Joffre Edmundo Pástor Carrillo, profesor, Guayaquil