La realidad ha superado los pronósticos científicos, las elevadas temperaturas están azotando a algunas regiones con sequías, evaporación de fuentes hídricas, cultivos, riesgos de incendios y pérdida de biodiversidad y servicios ecosistémicos. El deshielo de la capa permafrost del Ártico aumenta el nivel del mar, afecta los perfiles costaneros y las infraestructuras y comunidades aledañas.

Los resultados del COP27 revelaron muchas cosas y vislumbran otras, y una de las tantas y no tan esperanzadora es la falta de compromiso de los países más contaminantes para reducir la explotación de combustibles fósiles, secundado por los países productores; pese a ello, nuevamente se han comprometido a fortalecer el financiamiento para el fondo de pérdidas y daños (por un total de más de $ 230 millones, mediante el comité de transición) para remediar los efectos climáticos e impulsar la adaptabilidad de los países más vulnerables. Hay que destacar que los nuevos desafíos adoptados plantean la necesidad de reforzar la ciencia de los océanos con soluciones basadas en la naturaleza, como lo es el carbono azul, para contrarrestar el estrés oceánico (acidificación y desoxigenación del océano) causados por el aumento del dióxido de carbono provocado por las emisiones antropogénicas y biogeoquímicas asociadas con la fertilización antropogénica de los océanos.

Vale destacar que otro aspecto y no menos importante es el desafío de la seguridad alimentaria y la transición justa para las comunidades vulnerables. Trazar la ruta que supere los desafíos climáticos es imperativo para concretar acciones eficaces a gran escala. (O)

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Vicente Mera, Manabí