Primero, me pareció una broma. Luego, me conmovió mucho la idea de que ese achicamiento era el producto de una crisis global, como un presagio a una inminente ‘destrucción’.

Imagínense, todo lo que se achica termina por acabarse..., como la vida misma, nos vamos encogiendo hasta desaparecer. Terrible ley física.

Veo y observo detenidamente: al achicarse, EL UNIVERSO, nos deja muchas lecciones.

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Si eres más chico, eres más veloz.

Si eres menos pesado, más ágil.

Y si eres más ágil y veloz puedes volar muy alto...

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Pero no estoy hablando de ese universo cósmico, estoy hablando de EL UNIVERSO, ese que escuchaba pregonar así: “¡EL UNIVERSO... EL UNIVERSO... EL UNIVERSO... EL UNIVERSO...!”.

Ese grito de los niños canillitas que aún resuena en mis oídos como una vieja canción vitrolera de mi infancia.

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¡Cuándo no, mi infancia!, ¡cuándo no! Es ahí donde se depositan los más sagrados recuerdos que al menor resorteo del voraz y galopante tiempo, nos lo trae al presente. No es en la mente ni en el corazón, es en la médula espinal impregnada de espirales nerviosas, donde se hace vibrar a nuestro cuerpo, como si fueran los tiempos de la Navidad.

A estas alturas de la vida, echo una mirada al pasado y me doy cuenta de que con el tamaño y el diseño anterior del Diario, ¡cuán difícil habrá sido andar voceando tantos periódicos muy grandes para ellos; la mayoría de los canillitas eran niños de corta edad.

¡Qué no hubieran dado en esa época para que el formato fuera más pequeño, pequeño en dimensiones pero es grande en informaciones y emociones.

¡Larga vida a El Mayor Diario Nacional!

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¡EL UNIVERSO! (O)

Roberto Montalván Morla, músico, Guayaquil