Con la llegada de la Navidad y del fin de año, también llega la época de las reuniones con los amigos y familiares, la congestión en la ciudad, las filas interminables en los establecimientos de comercio, los ruidos de los petardos, los monigotes de aserrín y los de cartón, y tantas otras costumbres que se han ido convirtiendo en la esencia de las fiestas.

Sin embargo, cada vez más va quedando de lado el verdadero significado de la Navidad y del año nuevo, en ambos casos para ciertos religiosos, y paganos, se ha perdido la sustancia y esencia de las fiestas; esto es, que de algo tan cotidiano como lo es un nuevo amanecer o un nacimiento, va intrínseca una esperanza que acompañada con fe y esfuerzo puede devenir en mejores días. Es que se ha perdido la costumbre de dar valor a las pequeñas cosas, al desayuno preparado por una madre, al abrazo de un hijo, a la tertulia familiar de un domingo, a la conversación con un amigo, a extender la mano a un desconocido, a escuchar y mirar la naturaleza. En definitiva, hemos perdido la capacidad de maravillarnos con la asombrosa cotidianidad.

Ojalá que este nuevo comienzo sirva para darnos cuenta de que en las pequeñas cosas de la vida están las razones para vivir y luchar, y que pese a cualquier adversidad, siempre podemos volver a lo esencial a encontrar la esperanza y la fe. (O)

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Álvaro Suárez Delgado, abogado, Guayaquil