En la actualidad nada perdura, disfrutamos de instantes, pero son efímeros. Las actualizaciones de las aplicaciones nos mantienen siempre en expectativa, pero no logramos mantener ni desarrollar la capacidad de asombro. Todo nos cansa, todo nos aburre, los males del siglo XXI nos sobrecogen: depresión, estrés, ansiedad; conocidos como excesos de pasado, de presente y futuro. Todo esto nos impide echar raíces, ser apasionados y audaces.

No sabemos conjugar el verbo permanecer, como nos dice José María Rodríguez Olaizola. Creemos en un relativismo absolutista, pero a la vez en un absoluto relativo, lo confundimos todo, lo mezclamos todo, un espíritu sincretista se apodera de nosotros. Faltos de identidad, sin convicciones ni principios, así se muestra esta generación. Pero si somos capaces de percibir estas causas–síntomas, también podemos ser capaces de vislumbrar una medicina preventiva y paliativa; fundamentos sólidos podemos tenerlos en el Inmutable: Dios. Como decía Teresa de Ávila, “... todo se pasa, quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta...”. Estos tiempos que arrecian forjarán personas de carácter fuerte y templado como el oro en el crisol. (O)

Cristhiam Carpio Castro, máster en Educación, Daule