Con estupor, dolor, miedo, rabia y otros sentimientos que nos conmocionan personal y colectivamente, los guayaquileños de bien –que somos mayoría– hemos vivido las noticias de la última masacre y brutales actos de barbarie perpetrados en el interior de la Penitenciaría del Litoral.

Hechos sin precedentes en la historia de nuestro sistema penitenciario, por el elevado saldo de muertos y heridos dentro de un penal donde impera el poder de los delincuentes en abierto desafío a la autoridad, protagonizando actos que lamentablemente colocan a Guayaquil como epicentro de aterradoras situaciones comentadas por la prensa internacional. Tan macabros sucesos evidencian el profundo nivel de descomposición que viene gestándose desde hace algunos años en nuestra sociedad penetrada por el narcotráfico desde las más altas esferas hasta el bajo mundo del lumpen social, y en cuyo proceso debemos juzgar no solamente las deficientes estructuras físicas y administrativas de nuestros centros penitenciarios, sino todo un engranaje de corrupción internacional que responde a nuevos arquetipos de liderazgo difundidos por las narconovelas, donde los triunfadores son parte de verdaderas mafias de la droga, proyectados en categoría de héroes que comienzan como microtraficantes, luego, amparados por leyes absurdas de consumo mínimo, son capos de barrio, y así van ascendiendo a niveles inimaginables desde los cuales manejan sus criminales influencias, organizando escuadrones de sicarios, financiando narcoguerrilla y campañas políticas, corrompiendo abogados y funcionarios judiciales y mediante la extorsión y la amenaza intimidan a la sociedad y destruyen a la juventud, víctima del consumo. 118 PPL (personas privadas de libertad) y más de 80 heridos reportados al miércoles 29, es el saldo de ese tercer motín carcelario protagonizado entre bandas que operan dentro de la Penitenciaría del Litoral en lo que va del año. Pero a esa aterradora cifra que nos estremece tan profundamente, porque es la más sangrienta cosecha de un solo día en el que los victimarios se transformaron en animales insaciables en su sed de sangre y de venganza, debemos sumar las dos anteriores matanzas del presente año y más de 450 asesinatos cometidos a sangre fría en 2021 por los sicarios en distintos barrios y calles de esta ciudad. Entonces se sabrá por qué quienes vivimos y trabajamos honestamente en Guayaquil nos sentimos aterrados, dolidos, desprotegidos, estigmatizados y huérfanos de liderazgo. Faltan pocos días para la conmemoración del 9 de octubre y quisiéramos imaginar que la cercanía de tan emblemática fecha en que la valentía de nuestros próceres logró la libertad inspire las decisiones políticas de quienes nos gobiernan, a fin de liberarnos de esta horrible pesadilla. (O)

Jenny Estrada Ruiz, historiadora, Guayaquil