No me considero un aficionado al fútbol. Si de algo creo saber poco es de fútbol, nunca fue mi deporte favorito, aunque lo jugué; en la escuela, el colegio era casi obligación.

Con casi 40 años de vivir fuera, 40 años de no visitar un estadio ecuatoriano, fui hace unos días al estadio del sur de Quito, Gonzalo Pozo Ripalda, de Sociedad Deportiva Aucas a ver un clásico con Emelec. Hay pocas cosas en nuestro país tan extraordinarias, esta es una de esas, es un evento social, una conmoción social digna de estudio, la fiesta del fútbol; no hay nada más tradicional, tan propio o auténticamente nuestro. Quizás los toros, pero eso es un tema aparte de mucho respeto también. La fiesta empieza temprano, hay que llegar con tiempo para ocupar los pocos graderíos que gozan de alguna protección contra la lluvia, de ahí empieza el desfile de los vendedores de todo tipo de comidas, bebidas, etc. Nos entregan bombas para alentar al equipo. Va a empezar el partido que en algo asemeja al coliseo romano con sus gladiadores que van a enfrentarse. Se ve la fuerza de las barras, lastimosamente dudo que puedan en un futuro retirar las vallas que separa la barra rival del resto del estadio, como que pronto se retire la valla que rodea todo el estadio en su parte baja, para que no salten aficionados a la cancha; lo que demuestra que si hablamos de salvajismo, algo de esto sí existe. En otros continentes no hay estas separaciones o defensas. De pronto, parece haber una mano en el área rival, el árbitro no cobra un penal; ahora la pobre madre inocente del árbitro sufre las consecuencias, y de eso hasta el final. ¡El árbitro se hace el que no oye el mal grito de miles de voces, como se hace el ciego de las botellas botadas a la cancha! El equipo contrario logra un gol, de ahí el mismo equipo con su ganancia lograda en el segundo tiempo demora su accionar, especialmente el arquero; todo para quemar tiempo a tal punto que el arquero recibe una tarjeta amarilla. El estadio enloquecido presiona a los jugadores y en los últimos minutos se logra el empate y así la calma regresa a todos o casi todos. El juego termina, no sin antes, por parlantes se anuncia que los hinchas del equipo visitante ubicados en esa sección encerrada tipo cárcel, chiquero, no podrán salir hasta que se evacúe el resto del estadio, como medida preventiva para evitar enfrentamientos. La fiesta ha terminado, cada quien a su casa, unos niños venden bufandas con el emblema del equipo, están ayudando a su madre que tienen un sitio portable de ventas. Radio La Red, que escucho con mis audífonos, cierra con sus comentarios, gran ayuda para ver o estar más al tanto del juego. ¡Que viva el Aucas, que la tradición continúe! (O)

Raúl González Tobar, Manor, Georgia, EE. UU.