Entramos a la recta final del año y queremos complacer a nuestros seres queridos con dinero, y sin dinero usamos la tarjeta de crédito y se activa un químico de la felicidad en nuestro cerebro, la serotonina, al practicar actos de ‘bondad’, costear tragos. Nos reunimos con amigos del barrio, de la escuela, del colegio, de la universidad, los amigos secretos, etc. Pero cada evento es un gasto no contemplado.

Caemos en las promociones “compre hoy y pague en febrero”, en el mercado de los múltiples ‘imanes’ que terminan hipnotizando o mareando al consumidor, comprometiendo el 100 % de sus bonos extras, incluso el mismo sueldo o futuros sueldos. Adicional, optamos por cambiar de vehículo, comprar un nuevo equipo de sonido, invitar a toda la familia, “que yo pago”. Luego vienen las angustias financieras de cómo pagar las deudas, se esconde de las cobranzas, intenta refinanciar, reestructurar contratos, deudas para pagar o consolidar más deudas.

El sobreendeudamiento no tiene que ver con el nivel de estudios, sino con el nivel de autodisciplina y educación financiera, aunque lo llamen tacaño, mezquino, avaro, y esto ocurre en finanzas personales incluso a nivel de Gobierno: gastar más de lo que produce el país para agradar a la población y ser favorito para las próximas elecciones.

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La esencia del ser humano es agradar al entorno y a la familia y amigos sin medir las consecuencias económicas, que lo terminan enfermando o a cometer actividades ilícitas. Una persona que se gana en la lotería un millón de dólares y no tiene plan de inversión es un pobre con dinero, y una persona que acumula ahorros por 15.000 dólares durante varios años con un buen plan es un potencial acomodado o millonario. Son contadas las personas que ganan mucho dinero y tienen los pies sobre la tierra, llevando una vida modesta, digna y lejos de las drogas. (O)

Gunnar Lundh Iturralde, licenciado en Periodismo, Guayaquil