El arma más poderosa para vencer a los enemigos más grandes de nuestras futuras generaciones tales como el vandalismo, la drogadicción, la falta de oportunidades, es mantener a nuestros jóvenes inmersos en actividades que cultiven la ciencia, el deporte y sin duda alguna el arte.

Ya son más de cinco años y cientos de reiteradas solicitudes al Ministerio de Educación, rogando para que el único conservatorio estatal de música en Guayaquil, el José Antonio Neumane, pueda abrir sus puertas. Su edificio está abandonado en Hurtado y José Mascote, alertando a los funcionarios distritales que los instrumentos musicales con los que cientos de niños y jóvenes se preparaban, hoy se pudren porque están almacenados en galpones llenos de roedores, polvo y humedad. Los alumnos reciben clases en condiciones precarias, sin baños, con baja higiene, plagas, en un espacio donde ya se perdió la biblioteca y no existen los libros de donde obtenían las partituras.

Al panorama desolador se suma que este año el distrito desvinculó a los profesores de orquesta, a maestros con estudios y trayectoria musical, y vinculó a nuevos docentes y personal administrativo con cero conocimiento de música y de ejecución de algún instrumento musical. No existe competencia necesaria para administrar la institución, se destruye la planta docente, se ha dejado que la cuna del arte guayaquileño termine siendo guarida política de profesores y rectores, que sin una preparación profesional permiten que, por ejemplo, decenas de instrumentos se pudran almacenados en galpones, por falta de gestión, y que cientos de estudiantes tengan una preparación mediocre sin objetivo académico. No solo están arrebatando el derecho a los niños y jóvenes de estudiar en un lugar con condiciones sanitarias y con infraestructura básica, sino que se quiere acabar con la formación musical digna. (O)

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Cecilio Jalil Morante, ingeniero agrónomo, Guayaquil