Cuando vemos que el Congreso Nacional emite resoluciones ensalzando el bizcocho y entrega condecoraciones a personas sin más mérito que ser guardaespaldas de alguno de sus miembros, cabe preguntarnos sobre la capacidad que tiene para legislar y fiscalizar, según el mandato que les entregamos cuando, cierta o equivocadamente, votamos para que sean miembros del organismo. Porque siendo de conocimiento general la ocurrencia de sucesos cuya solución es de su competencia, muchos pensamos que no están cumpliendo su cometido.

No han sido capaces hasta el momento de analizar y proponer reformas legales que permitan que todo el personal armado de control y seguridad ciudadana actúe junto y coordinado enfrentando al crimen atroz que nos agobia; que impidan que cualquier juez, de remota jurisdicción, resuelva sobre temas cruciales, como la liberación anticipada o el traslado de una a otra cárcel a reos de reconocida peligrosidad; que eviten que accedan a la libertad anticipada, sin devolver lo robado, notorios personajes, pillos de cuello blanco; que eviten las amnistías a supuestos activistas sociales, haciendo abstracción de su condición y pretendiendo inclusive que se les entreguen indemnizaciones cuando los perjuicios ocasionados por ellos constituyen un daño incalculable a los ecuatorianos. No proponen tampoco endurecimiento de penas para delitos atroces; no acortan los plazos para que la Fiscalía y las Cortes resuelvan sin demora casos emblemáticos de corrupción pública o atrozmente delincuenciales; no fiscalizan a exfuncionarios que se pasean orondos sin pagar sus delitos, gozando de notorias riquezas mal habidas. No proponen ni aprueban leyes que hacen falta para que Ecuador sea un país donde se pueda vivir libre de delincuentes, comunes y de cuello blanco, con seguridad y trabajo, en un ambiente de paz.

Tal vez sea utópico pensar que los actuales legisladores reaccionarán y rectificarán; pero ilusamente esperamos que hagan cargo de conciencia y enmienden; que legislen con honradez y sapiencia; que dejen de lado sus odios y apetencias personales, que reivindiquen su honra y fama, que sean tribunos dignos del reconocimiento y no de la inquina popular, como penosamente ocurre en estos aciagos momentos que vivimos. (O)

Publicidad

Teófilo Villón Barros, licenciado en Comunicación, Guayaquil