La Asamblea Nacional con un margen de aceptación preocupante de apenas el 2 % ha puesto los pies en polvorosa y emprendiendo una desbocada carrera en búsqueda del tiempo perdido, bregando por recuperar una credibilidad ausente y tan venida a menos a raíz de los últimos –y no tan últimos– actos de corrupción que involucran a ciertos pipones, asesores y diezmeros con amplios historiales.

El desprestigio deviene de inconsistentes tesis, manejadas por conveniencias de algunos integrantes que inútilmente tratan de quedar bien con un pueblo hastiado de sus embelecos. Ese ‘Poder del Estado’ se deshonra por sistemáticas desafiliaciones y expulsiones que dilatan un bloque de ‘independientes apóstatas’, rechazados de sus originales partidos o movimientos políticos. Esta bancada por su progresivo número de integrantes, es codiciada para conformar mayorías ‘móviles útiles’. La autodepuración es una entelequia, y en sus baladíes intentos deja de lado el tratamiento de urgentes temas de interés nacional. La depuración, opinan, debería darse por la vía constitucional a través de la “muerte cruzada”, dejando en manos de los electores (sus máximos jueces), la purga que haga falta. ¿Quién o quiénes serían los inmaculados encargados de lanzar la primer piedra? La famosa autodepuración o “muerte cruzada”, me atrevo a adelantar, terminará siendo la causa de múltiples inculpaciones que incrementarán más el desprestigio que tratan de borrar. Lo que la Asamblea necesita es que muten sus esquemas de escandalosas actuaciones que han hundido al país en una de las más deprimentes crisis de su historia. La ciudadanía está hasta la coronilla del tráfico de cargos, carencia de oratoria, improvisación de quienes se creen predestinados para decretar desconociendo principios de honestidad. (O)

Manuel Eugenio Morocho Quinteros, arquitecto, Azogues, Cañar