No hay nada peor que la iniciativa de un tonto. Por lo general terminan en desastre.

Las improvisaciones y los populismos a menudo llevan consigo este tipo de iniciativas. Lo grave es cuando quienes tienen estas iniciativas están en el poder.

El tonto, por definición, es aquel que tiene escasez de razón, que te permite vislumbrar los resultados, a corto o a largo plazo.

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Ecuador, lamentablemente, y por efectos de la falta de educación apropiada de la generalidad de la población, ha llevado al poder un gran número de gobernantes, ya sea locales o nacionales, que adolecen de este mal. Hay grandes tonterías que son ejemplificadoras y que han causado un tremendo perjuicio al país. Entre esas tonterías tenemos, por ejemplo, incorporar, sin ningún aporte adicional, a los hijos y cónyuges de un afiliado a los beneficios del seguro social. Esta es una de las causas de la debacle que actualmente vive este instituto (no es la única, por supuesto; tenemos deudas del Estado y de muchos patronos también). Pero es inconcebible que algunos economistas no puedan razonar sobre el concepto de solidaridad que es lo que prima en cualquier tipo de seguro, y que esa solidaridad viene de la sostenibilidad de la institución.

Otra tontería inmanejable: la “creación de una refinería” sin los estudios pertinentes, sin las fuentes de financiamiento necesarias, que terminaron única y exclusivamente en aplanamiento de terreno. Pero también es increíble que salga por allí una defensora, que se autocalifica de ingeniera civil, para hacer un desglose de los gastos y argüir que no se pueden atribuir todos los gastos al aplanamiento del terreno. ¿Puede esta persona decir cuál fue el resultado real de todo el proyecto?

Sumemos más tonterías: un código de la democracia cuyo resultado más evidente es la mediocridad de muchos de los elegidos. Con cientos de candidatos, bajo el falso concepto de “democracia” en la participación. Allí tenemos alcaldes destituidos por corrupción, una asamblea que brilla por su mediocridad, alcaldes y prefectos inmersos en actos de corrupción. Pero tenemos más aún: un movimiento político que arremete contra la libertad de comunicación, de expresión y de opinión, bajo el disfraz de “regular” estas expresiones de libertad, y que, coincidencialmente, es el mismo movimiento que apoya a los gestores de las ideas tontas.

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Hay un componente adicional: los generadores de esas iniciativas tienen seguidores, la mayoría de ellos sumisos e incondicionales. Yo me pregunto, ¿cómo se llamaría a los que siguen, de manera fanática, a los gestores de iniciativas tontas? (O)

José Jalil, Quito.