El Concejo Cantonal de esta ciudad, que antaño se enorgulleció de estar integrado por ciudadanos y ciudadanas de probadas ejecutorias en diversos campos profesionales, gremiales y cívicos, y que en brillantes períodos a través de la historia fue dejando una estela de plausibles realizaciones, de un tiempo a esta fecha –con las excepciones del caso– evidencia notoria involución, en lo que a la calidad de sus integrantes se refiere.

El cuerpo edilicio del Concejo Cantonal está integrado por 15 concejales de elección popular. Lo preside el alcalde o la alcaldesa también producto del voto popular. Al presente (según información de uno de ellos), los concejales ganan mensualmente $ 2.775, sin que estén obligados a cumplir horarios de trabajo ni a rendir cuentas a nadie. De suerte que es común verlos o verlas animando populares programas de televisión, locutando espacios radiales, atendiendo sus negocios o ejerciendo cualquiera de sus actividades habituales en las horas en que deberían dedicarse a trabajar por la ciudad.

Para mayor eficiencia de sus gestiones administrativas, el Concejo Cantonal a través de los años fue ampliando el cuadro de comisiones que actualmente son Aseo de calles; Planificación y presupuesto; Desarrollo urbano; Igualdad y género; Promoción, recreación y movilización; Terrenos y servicios parroquiales; Deportes; Acción social; Mercados: Educación y cultura; Guarderías; Salud pública; Desarrollo rural; Turismo; Lotes y servicios básicos; Obras públicas; Otorgamiento de preseas; Ambiente; Calles, monumentos y plazas; Vía pública, cada una de las cuales debería funcionar bajo la supervisión y fiscalización responsable de tres concejales que la integran y que son nominados en las primeras sesiones, la mayoría de los cuales se lucen en el silencio obedeciendo a los seudolíderes de los partidos políticos.

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Claro que en razón de los presupuestos e influencias que manejan, algunas de ellas son más apetecidas que otras. Pero la responsabilidad de ejercer una concejalía es igual para todos los que se postulan, prestando o negociando sus nombres, porque va a llegar el momento en que necesariamente tendrán que rendirnos cuentas por todo lo que hicieron o dejaron de hacer y por la complicidad que, de tenerla, los involucra en asuntos tan graves como la indiferencia ante los graves problemas sociales que afronta la ciudad. La delincuencia, la prostitución y en primer lugar el crimen organizado que tiene aterrada a nuestra urbe. (O)

Jenny Estrada Ruiz, historiadora, Guayaquil