Vamos a cumplir dos años en la pandemia del COVID-19. Todo ha cambiado. Y los más afectados son los niños. Ya no se escuchan los sonidos de campanas llamándolos a la formación de filas para ingresar o salir de las aulas.

Me invade la melancolía al ver el deterioro de escuelas y colegios; sentir la soledad impregnada en estos, no se ve a los niños jugando, no se oyen sus voces, la algarabía de la niñez desapareció. La pandemia no solo los ha callado sino que los ha confinado en sus casas, les ha cortado libertad y derechos de conocer, querer y respetar a sus maestros como segundos padres, compartir aprendizajes, recreos festivos, caídas, rasguños; crecer en sociedad, practicar valores de solidaridad, generosidad, obediencia, puntualidad; llegar los lunes para cantar el himno con amor patrio; y sobre todo, les ha quitado estas vivencias que al crecer no podrán formar parte de los recuerdos más bellos de la infancia. Ver sus caritas de confusión a través de ventanas, cristales, patios en casas, mirando un mundo que no entienden es injusto.

¿Qué estamos haciendo para luchar contra esta pandemia? ¿Ya nos vacunamos? ¿Nos estamos cuidando? ¿Evitamos aglomeraciones? ¿Hacemos un correcto lavado de manos? Tenemos que unirnos como personas deseosas de una vida sana para todos. Nos falta mucho por hacer. Desde cualquier lugar podemos contribuir siguiendo todas las normas de sanidad, siendo esto una nueva forma de vida. En esta gran lucha tenemos que triunfar, que nuestra gran arma sea el amor hacia los niños. Entonces, con alegría volverán las campanas a sonar y ese día las escucharemos dando gracias a Dios. (O)

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Alicia de Jesús Carriel Salazar, profesora jubilada, Guayaquil