El 20 de marzo de 2022 a plena luz del día, 10:55 de la mañana, dentro del malecón del Salado, en el barrio Garay, donde me hallaba tomando sol por prescripción médica, fui asaltada por un individuo que se movilizaba en una bicicleta y portaba un arma cortopunzante de gran tamaño.

El asaltante perpetró el hecho luego de bajarse de la bicicleta y caminar hacia donde yo estaba.

Lo insólito: fui víctima de su intimidación en presencia de un guardia de seguridad con quien platicaba sobre el valor turístico del malecón y la necesidad de resguardarlo para disfrutarlo más. La acción del uniformado sobre el delincuente se circunscribió a esta expresión: “Déjate de hue...; no hagas aquí eso”. Cometido el hecho, el asaltante se marchó montado en su bicicleta.

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La policía acudió más tarde; alegó que no dispone de efectivos, unidades ni carros suficientes para protegernos. Por su parte, guardias de seguridad del malecón adujeron que la policía no les responde con celeridad sus llamados. Como es costumbre institucionalizada, guardias y policías tiraron la ‘pelota hacia otra cancha’.

¿Cabe que una ciudadana haya sido asaltada dentro de un malecón en compañía de un guardia? Desde aquel día, mi sistema nervioso está alterado; tengo insomnio; estuve por perder la vida. ¿Quién responde?

Urge que la policía custodie de modo permanente las tres puertas de ingreso al malecón del Salado, pues sus rondas intermitentes no son medidas suficientes para un sector que hoy en día es de alto riesgo.

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Por favor, autoridades de la ciudad y de la Policía Nacional, alzo mi voz como ciudadana para proferirles este mandato: prohibido condenar a este malecón al abandono, pues sería un craso error de su política de gestión; dado que Guayaquil necesita seguridad en sus áreas verdes escasas para estimular la salud, el esparcimiento y el turismo. (O)

Mireya Alejandrina Briones Alcívar, Guayaquil