Cuando el materialismo se consagra como norma y estilo de vida, se pierde el objetivo del ser, inclinándose por el tener; no importa lo que se sacrifique, todo es sacrificable, hasta la vida, la propia y la ajena. La deshumanización que ha avanzado aceleradamente se vuelve siniestra en los tiempos actuales, se refleja en las instituciones el individualismo humano corroído por el germen destructor de la codicia que le hace olvidar la función que lo justifica: servir al prójimo, y servirlo bien, sin interés alguno.

Es lamentable e indignante que los agentes responsables de las entidades públicas que atienden la salud y la seguridad de los ciudadanos se envilezcan tornándose en verdugos que se alimentan con el sufrimiento de sus congéneres. Hoy no llama la atención que un individuo le arrebate a otro la vida, por un celular o una pequeña suma de dinero; fallezcan niños por disparos que incrementan la estadística de muertes prematuras; rueden cabezas en las cárceles y sea motivo de exultación de ciertas PPL (personas privadas de la libertad) que son monstruos; en los hospitales desprovistos de tecnología diagnóstica y medicamentos, los enfermos se agraven y mueran por la falta de atención digna; ciertos policías con chequeras de grandes saldos, algunas producto de la mayor pandemia y la droga, desestabilicen el organismo que debiera brindar seguridad y ser ejemplo de honestidad. Conclusión: la Policía es vergüenza y el sistema de salud pública es un atentado. ¿Cómo se cambia esta situación? Respuesta: a más de ética, tiene que existir etología, psicología, religiones, inversión de capitales, técnica y responsablemente distribuida sin coima, sobreprecio. (O)

César Rodrigo Bravo Bermeo, médico, Quito