Decían mis mayores que “lo último que muere es la esperanza”, es que en esos días se vivía la confianza de lograr lo deseado, mas, ¿cuál es la esperanza hoy en día en medio de la putrefacta descomposición de las estructuras básicas de la patria que amenazan su institucionalidad sin pudor de quienes administran los poderes del Estado?

Así, se violan las leyes en lo judicial, se pacta con indecencia en la Asamblea y se reparten instituciones públicas desde el Ejecutivo para asegurar la permanencia del mandatario, ahora en entredicho por haber heredado una economía en crisis, en ‘combo’ con la pandemia. La descomposición del Estado tiene responsables históricos, pero el desenlace fatal data de los últimos 15 años y es indetenible en un Ecuador con cáncer que hizo metástasis. Lo decepcionante, sin generalizar, es que en las Fuerzas Armadas, garantes de la soberanía territorial, y en la Policía Nacional, custodios de la seguridad interna, se ha enrolado el germen maligno de la politización, corrupción y trincas, involucrándose en bandas delictivas, protección de carteles, organizaciones piramidales de captación de dineros ilícitos... Resalto que aún existen correctos y muy preparados elementos en las instituciones armadas. En este escenario de desconcierto y ausencia de garantías, nos duele la miseria, el desempleo, la desatención en la salud y educación públicas y otros dramas de la crisis moral generalizada. Impacta la liberación fraudulenta y el cinismo de un preso prostituyendo el recurso de habeas corpus y poniendo en duda la imparcialidad de la justicia; repudiamos a jueces sobornables y estudios jurídicos al servicio de mafias; nos aterra la crueldad de los delincuentes y los asesinos, pero sobre todo nos avergüenza y preocupa la indiferencia de quienes aceptan sumisos la descomposición total por resignación, miedo o complicidad. (O)

Joffre Edmundo Pástor Carrillo, profesor jubilado, Guayaquil