Era un niño en mi natal Portoviejo cuando empecé a leer EL UNIVERSO. El periódico llegaba como al mediodía en los servicios aéreos de avionetas que comunicaban a Portoviejo con Guayaquil. Mi padre nos regalaba todos los días el periódico, era la única forma de estar debidamente informados. No existía la televisión y algunas emisoras de radio daban las noticias locales. Ese es el primer recuerdo del Diario.

Después nos trasladamos a vivir a Guayaquil, disfrutaba de la información de la cartelera de los cines con afiches seductores; de los espectáculos deportivos y sus horarios; de las tablas de las mareas y el detalle de las embarcaciones; las noticias nacionales e internacionales y, claro, los artículos de fondo en las páginas editoriales (opinión). Mi padre escribió muchos años una columna todos los jueves hasta su muerte.

En 1999 fui invitado a realizar un trabajo de investigación histórica sobre los 40 años de la revolución cubana. Durante cinco sábados escribí páginas completas, ilustradas con fotos y documentos de este evento tan dramático en la vida de la América Latina, publicadas en el Diario EL UNIVERSO.

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Soy un suscriptor de siempre del Diario, pero hay una razón suprema por la que debo congratularme por los 100 años de su aniversarios de fundación: defendió siempre la libertad de expresión, y la demostración más elocuente la tuvimos con el gesto digno de sus directores de no arrodillarse ante el autoritarismo de un fanático ególatra y resentido social que estuvo en funciones frente a la presidencia de la República, y sufrir por ello una infame persecución judicial de incrustados en la administración de justicia para servir a su amo. Fue un suceso ejemplar inolvidable de sus directivos. Por esa y más razones, sigo leyendo EL UNIVERSO. (O)

Franklin Verduga Vélez, doctor en Jurisprudencia, avenida Samborondón