En días antes de la celebración de los difuntos, en Santa Elena, las familias, entre la tristeza o alegría al recordar a los seres queridos que partieron al viaje eterno, están preocupadas por ofrecer oficios religiosos, colocar la mesa de muerto, mandar a hacer el pan de muerto y cómo recibir a los familiares que llegarán el 2 de noviembre, de otras latitudes, a la Península.

En la década de los 60, las abuelas, tías, hermanas, eran hábiles para confeccionar hermosas coronas o ramilletes de flores de papel crepé, celofán o cometa, usando alambres, goma y tijeras; usaban los papeles plateados que había en el interior de las cajetillas de los cigarrillos, para dar bonitos acabados a los arreglos florales. Eran reconocidas por sus destrezas en confeccionar y con anticipación recibían pedidos de hacer estos arreglos. Muchas damas dedicadas a este oficio son recordadas por estos detalles. En las casas había rincones destinados para esta labor; en las paredes y los cordeles colocaban los trabajos. Los colores preferidos de papeles eran lila, blanco, dorado, y verde para los adultos; para los niños y jóvenes eran los colores más alegres. Junto a las puertas de los cementerios se colocaban pequeños puestos para vender coronas y ramos de papel, sin faltar las postales y tarjetas con oraciones en las cuales sobraba un espacio para escribir el nombre del difunto. Antaño, poco se usaban flores naturales en las tumbas; las familias que tenían jardines cortaban flores que llevaban a las tumbas de sus seres fallecidos. Recorríamos las tumbas de los cementerios peninsulares observando el colorido de los arreglos de papel, cada cruz, corona, ramo que los protegían con papel celofán trasparente, porque con el tiempo perdían sus colores por la inclemencia del sol y eran menos propensas a ser devoradas por chivos y vacas de comunas cercanas. En el año 2022 se llevan más a los difuntos flores naturales que se compran en los cementerios. (O)

Maribel Pinto Párraga, Santa Elena