La noticia publicada en un diario de la localidad (julio 18/21) dando cuenta del “desmontaje” perpetrado al Museo de la Arcilla, ubicado en la av. Barcelona entre los puentes El Velero y el de la calle 17 (Guayaquil), para convertirlo en un centro de prevención de enfermedades infecciosas, fue como una llamada de alerta para quienes pertenecemos al quehacer cultural de la ciudad y vemos con tristeza la poca sensibilidad y el desinterés de ciertas autoridades hacia nuestros bienes patrimoniales que, como en el presente caso, en vez de planificar y ejecutar acciones vinculantes con la comunidad o el barrio en el que fueron construidos para desarrollar armónicamente la cultura urbana, so pretexto de dar paso a nuevos proyectos de salud, lo que de ese museo se ha salvado, sin tomar en cuenta las técnicas que exige el desmontaje de obras de arte y sin la mínima cortesía ni respeto a su creadora, la artista Carmen Cadena Navarro, como ella lo expresa, se manejaron al igual que mosaicos de un baño, “cual si fuera trabajo de albañilería”, y vaya Ud. a saber a dónde irán a parar.

El asunto tiene un penoso antecedente ocurrido en la década correísta, cuando por orden superior, como se acostumbraba proceder entonces, se conminó a la Armada nacional, cuyo Instituto de Historia Marítima y Museo Naval ocupaba el ala sur del edificio de la Gobernación del Guayas, a desalojarlo en plazo perentorio para instalar la Universidad de las Artes, que actualmente es la mayor propietaria de edificios patrimoniales en el centro de Guayaquil. El Inhima fue a dar al décimo piso del edificio ex-Citybank , de difícil acceso para el público, y el Museo de Historia Naval hace más de una década permanece encajonado.

Con un Conservatorio Nacional despojado de su jerarquía como centro formador de nuestros músicos y carente de local para funcionar; sin una verdadera academia de Bellas Artes donde podamos canalizar vocaciones y renovar la enseñanza de las artes plásticas; sin atención adecuada para el Archivo Histórico del Guayas, que ni siquiera tiene presupuesto para sustentar sus necesidades elementales y mucho menos para emprender la tarea de formación de nuevos investigadores de nuestro pasado, ¿a dónde va Guayaquil?

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Hago un cordial y urgente llamado a los gestores culturales, a los creadores de las artes y las letras y a todos quienes sientan la cultura como una necesidad consustancial a sus propias vidas. Aún es tiempo de reaccionar o lo lamentaremos. (O)

Jenny Estrada Ruiz, historiadora, Guayaquil