La sociedad ecuatoriana ha sido conmocionada por las declaraciones de un embajador, haciendo público que su gobierno ha “castigado” a algunos generales (¿) por sus aparentes nexos con el narcotráfico, y sin presentar alguna prueba de su aseveración. En los últimos días repite su acción, pero ahora involucrando a jueces (¿) y otros funcionarios judiciales.

La Policía Nacional reacciona investigando a sus generales sin encontrar indicios hasta el momento que justifiquen el calificativo de narcogenerales utilizado por el diplomático. La Corte denota un poquito más de inconformidad y solicita que por lo menos no se generalice ya que podría causar confusiones. Si las imputaciones hubieran sido hechas por un ciudadano común nacional o extranjero, lo mínimo que habría ocasionado sería una demanda por difamación; pero como se trata del jefe de la Embajada, todo el mundo se ha dedicado a ‘solicitarle’ de la manera ‘más comedida’ que personalice la acusación, a lo que el diplomático responde que todo el mundo lo reconoce, que es derecho soberano de su país otorgar visa a quien quiera, que la visa es un acuerdo entre un ciudadano y su país, que el listado de visados es reservado y los motivos también lo son, por lo que no los puede revelar. Como está el mundo, no podemos poner las manos en el fuego por nadie, pero si conoció del cometimiento de un delito, lo correcto hubiera sido ponerlo en conocimiento de los organismos pertinentes, y susurrado al presidente sus sospechas a fin de que el gobierno amigo haga lo que tiene que hacer. A quienes se ha tachado al no personalizar, es a dos pilares de la seguridad del Estado ecuatoriano; ¿cuál es el objetivo? No quiero pensar que se desprestigie a nuestro Gobierno ante la opinión pública mundial, como narcoestado. Desde hace mucho tiempo en Latinoamérica nos acostumbramos a que cuando se dice la Embajada, nos referimos una misión diplomática en particular que históricamente ha sido sospechosa de intervenir directa o indirectamente en asuntos internos de otros países, en defensa de los ‘intereses’ de sus individuos y corporaciones. Creí que las intervenciones burdas habían terminado. Tengo la esperanza de que el presidente ecuatoriano, su canciller o alguien pida cuentas al diplomático, pero no me debo hacer ilusiones, en estos momentos liberales parecería que es más importante un buen negocio que la honra, el buen nombre. (O)

César Eduardo Guerrero Yrigoyen, doctor en Medicina, Guayaquil