Hoy, casi al llegar al primer cuarto del siglo XXI, me parece una aberración que Guayaquil, siendo una ciudad cosmopolita regenerada, con un aeropuerto internacional, modernos centros comerciales y bancarios, aerovía (que no sé para qué sirve), imponentes edificios (para nosotros) y un bonito malecón, las autoridades no den seguridad a sus habitantes.

Parece una broma de mal gusto escuchar esto pero sí, Guayaquil es ciudad desprotegida, abandonada, dejada al azar; la delincuencia hace lo que le da la regalada gana ante las autoridades, porque se han gastado –no invertido– cientos de miles (por no decir millones) de dólares en comprar cámaras de seguridad y cuando se necesita un video no existe uno bueno, porque las cámaras que deberían estar estratégicamente distribuidas en toda la ciudad para evidenciar robos, asaltos, accidentes; cuando estos se dan están apagadas, dañadas, fuera de uso o sus imágenes son borrosas al no haber actualizado los equipos con cámaras de alta resolución; a diferencia de los modernos y rentables equipos (de fotorradar) de la ATM que captan hasta el polvo de las placas de los vehículos que avanzan a más de 120 km/h. Me hago las interrogantes: ¿Qué hace el ECU911 con el presupuesto que le llega mensualmente? ¿Qué hace el personal de monitoreo si las cámaras no funcionan? ¿Dónde están las cámaras que el Municipio anunció la compra? ¿Cuántos crímenes se han resuelto gracias a dichas cámaras?

Después de la atroz violación a una mujer por cuatro salvajes, al abordar un taxi en las afueras de un centro comercial del norte, ¿las autoridades qué han hecho? Si no se han enterado, esto sucede a diario, solo que ella denunció con la esperanza de que alguna cámara haya captado, se vea la placa y se aprese a los criminales. Pero no, las cámaras son obsoletas, viejas y desactualizadas. No pretendo insinuar que hay desvío de dineros, corrupción, pero si esto no es complicidad protegiendo a delincuencia, ¿qué nombre podemos darle? (O)

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Pablo Dávalos, Guayaquil