El sustento de un país es la justicia, la policía y las cárceles. Un país marcha cuando cada ciudadano sabe que frente al criminal y al sinvergüenza puede defenderse con éxito.

La justicia es el sistema judicial, los jueces, los fiscales y los abogados defensores; está en las manos de abogados y doctores en leyes celosos de sus prerrogativas; ojalá estén efectivamente supervigilados por los colegios de abogados y las facultades de derecho, constituidos por la crema de la jurisprudencia profundamente involucrada en la defensa del profesional que cumple con su deber y en la expulsión, la sanción, del deshonesto. La calidad de la justicia es producto del profesionalismo y de la entrega de abogados y doctores en leyes, de los que tienen manos y conciencias limpias. Un país marcha, cuando tiene una policía eficiente e insobornable, y cárceles que rehabilitan a los rehabilitables y encarcelan para siempre a los que no se quieren corregir. Ojalá existiera la pena capital por garrote vil para narcotraficantes como en Singapur, y para los violadores. Todo ello es responsabilidad del Ejecutivo y Legislativo. Los tres poderes del Estado se enfrentan a criminales con fondos ilimitados y a grupos de derechos humanos que defienden al criminal, pero no lo quieren en su vecindario. Esa es la lucha. Para eso los elegimos. Ese es el reto de todos los ecuatorianos. No solo critiquemos, involucrémonos, por nuestros hijos, nietos, por la patria. (O)

Joaquín Vicente Martínez Amador, ingeniero, Guayaquil