Este es quizás uno de los escritos de William Blake que más me han conmovido de los muchos que he leído. Y es impresionante; dice: “En un grano de arena contemplar el mundo, en una flor silvestre el cielo vislumbrar, sostener en la mano el infinito y la eternidad en una hora condensar”. Y es que en el fondo del espíritu y la mente todo es posible: un grano de arena es un minimundo, como una rosa en manos de la persona amada nos puede trasladar hasta más allá del cielo, como también es posible desde el alma hacer posible el infinito y entregárselo a la persona amada, y la eternidad es ahora y la podríamos condensar en un segundo. Todo es creación de Dios a través de la mente en contubernio y complicidad con el espíritu.

Samuel Taylor Coleridge va más allá de lo inverosímil y se cuestiona: ¿y qué si dormimos?, ¿y si en tu sueño soñaste?, ¿y qué si en tu sueño te fuiste al cielo y allí recogiste una extraña y hermosa flor?, ¿y qué si al despertar la flor estaba en tus manos?

Imagínense a Dios cómo tuvo que imaginarse para crear un universo a partir de la nada; cómo se le ocurrieron la tierra, el sol, la luna, las estrellas, el mar, el aire, los átomos, las células, etc.; cómo los pájaros se inventaron el amor y con este se construyen nidos, se besan, tienen hijos, de donde se crearon tantas cosas; cómo se lo imaginó.

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Y si dormimos ocho horas diarias y vivimos 80 años soñando, volando, corriendo, nadando, viajando; más allá del universo, en los sueños nos olvidamos de la realidad, una realidad que también es producto de nuestros sueños y de nuestra imaginación, porque es cada uno quien tiene que hacer su propia ruta.

Yo pienso que el sueño es un ejercicio diario para lo que vendrá después, un sueño eternamente largo en medio de la paz y el silencio. Solo los sueños permitirán disfrutar de una vida infinita. (O)

Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro